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Por Catalunya Religió .
En Gerasa
Introduce la llave en la cerradura. Da las vueltas de rigor y abre la puerta. Está en casa. Cuelga la americana. Toma el mando del televisor y lo enciende. Va a su habitación, conecta la radio y escucha la emisora predeterminada mientras se desviste y se pone ropa cómoda. Se quita los zapatos para sustituirlos por unas chancletas sencillas. Al salir de su dormitorio, se entrecruzan las voces de la radio, que permanece encendida, con los sonidos del televisor. Se dirige a la mesa del escritorio y conecta el ordenador. Se sirve una tónica, toma el diario y se sienta en una butaca, orientada hacia el plasma. Deja su móvil cerca para cuando suene la melodía de una llamada o la señal de un mensaje. Su presencia en casa se transforma en un festival de sonidos, que imposibilitan el silencio del hogar.
¿Qué importancia tiene el silencio en la vida de las personas? ¿Basta definir el silencio como ausencia de ruido? ¿Por qué existe tanto temor a encontrarse en silencio? Pocos, pero cada vez más numerosos, buscan monasterios para sumergirse en el silencio, ¿por qué motivo? ¿En qué consiste escuchar el silencio? ¿Se experimenta vértigo por enfrentarse al vacío, al silencio, a la ausencia? ¿Existen diversos tipos de silencio? ¿Puede afirmarse que el silencio es elocuente? ¿En qué sentido?
El sonido del silencio [The Sound of Silence], canción de Simon and Garfunkel, ha pasado a ser un clásico. El título refleja una paradoja, que se repite en algunos versos de la misma canción: «Mis palabras como silenciosas gotas de lluvia cayeron, e hicieron eco en los pozos del silencio.» Esta paradoja se vive en el interior de cada persona. Nuestra civilización genera una amalgama tal de ruidos que desbaratan el silencio. Si quieres experimentarlo, tienes que buscar lugares privilegiados para captarlo de manera profunda y continuada. El ruido continuo genera estrés, preocupación, angustia, tensión. Ciertamente, también distrae y se convierte en narcótico que adormece. Como dice la canción: «Gente hablando sin conversar, gente oyendo sin escuchar. Gente escribiendo canciones que las voces jamás compartirán.» Pero, sobre todo, impide una vida interior, que tanto se teme. Con el silencio, fluyen hacia la superficie del corazón, como el corcho en recipientes de agua, los temas no resueltos, las heridas del pasado, los deseos entrañables. Si alguien es capaz de resistir esta primera marea, empieza a encontrar la paz interior y a escuchar las voces profundas. Algunos, que han descubierto el valor del silencio, se dedican a la meditación, que no es ya una pérdida de tiempo, y a la plegaria, donde escuchan el susurro de la voz divina. Quien no afronta el vacío no puede gozar de la plenitud. Tarea contracultural en nuestros días, pero objetivo indispensable para ser persona.
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