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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
Una muchacha de 17 años, con la mochila de estudiante a la espalda, espera en el andén del metro de la Estación de Sants. De pie, cerca de la línea amarilla, deja pasar un convoy sin subirse a él. Minutos más tarde, llega un segundo convoy. La joven sigue en su sitio. Cuando las luces del tercero se asoman en el túnel, ella se lanza a las vías. Son las 8.15 horas del dia 11 de noviembre de 2002. El golpe de la máquina le rompe la columna y la lanza en un hueco, que la protege de una muerte segura. La sacan con pinzas. Pasa dos semanas en el Hospital Clínico y después, un largo período en el Instituto Guttmann.
Elena Jacinto, jugadora de tenis que participó en los recientes Juegos Paralímpicos de Londres, me dice en la entrevista que le hago: «Nací otra vez, porque la que era antes no tiene nada que ver con la que soy ahora, en todos los aspectos. No era feliz ni sabía cómo lo podía ser. Ahora sí lo soy y disfruto de la vida en una silla de ruedas. Parece paradójico. Mucha gente piensa: me quedo en una silla de ruedas y me muero, se me acaba mi vida y para mí fue lo contrario, empecé de nuevo.» Aquella muchacha que se lanzó a las vías a causa de una enfermedad mental no bien diagnosticada en su momento, hoy es otra persona: «La silla de ruedas para mí ha sido un despertar.» Elena vivió aquel día su segunda Navidad. Ahora ama vivir: «La vida es muy bonita, y hay que disfrutarla con sus momentos buenos y momentos malos.»
La Navidad constituye una invitación a nacer de nuevo. Nicodemo no entendió la propuesta de Jesús y formuló su objeción: «¿Cómo puede nacer un hombre que ya es viejo? ¿Acaso puede entrar de nuevo en las entrañas de su madre y volver a nacer?» (Jn 3,4). Se trata de abrirse a los acontecimientos de la vida: una enfermedad, un fracaso, una ruptura amorosa, un problema laboral, una pérdida familiar, un crack económico… con una mirada nueva que nos provoca un despertar. Nadie busca acontecimientos de este tipo, pero se convierten en una escuela de vida que nos abre horizontes insospechados. Elena así lo entiende: «Yo tenía que ir en silla de ruedas para aprender a vivir.» Afronta su existencia con coraje, sin victimismo, actitud que rechaza de raíz.
Cuando regreso a mi casa, una vez acabada la entrevista, vivo la experiencia de los discípulos de Emaús: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros?» (Lc 24,32). Más allá de los reclamos comerciales y de los anuncios luminosos, la Navidad es una historia de vida, de fe y de amor. Todos podemos celebrar la Navidad, pero solo la transmiten en verdad aquellas personas que la han vivido en su propia carne.
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