La Crucifixión, que tiene lugar en las "manos"-es decir, en la disposición- del Padre, va a parar -desemboca- en la Resurrección. Jesús ha querido participar de la suerte de todos los humanos: morir. Pero, en el seno de la muerte, ha clavado el germen luminoso de la Vida: la Vida en comunión con el Padre.
En la Catedral ("il Duomo") de Florencia, está la pintura de Masaccio, La Trinità. En ella el Padre sostiene con sus manos la Cruz con Jesús clavado en ella.
El Padre, sosteniendo la Cruz, hace que el crucificado sea el que resucita de entre los muertos y el que accede a la derecha del Padre. El crucificado resucita. Y por tanto es un signo de vida clavado en el seno de la Trinidad.
Massimo Cacciari, el filósofo que de alguna manera es atraído a la fe por el Padre, de momento queda sorprendido porque en medio de la Trinidad de Masaccio haya un signo de muerte. Pero enseguida da a entender que la misma Crucifixión es un signo de Vida divina, también en nosotros y para nosotros. (Ver M. Cacciari, Iconos, Casimiro Libros, Madrid 2011, p. 31).
En el corazón de verano, vale este simple pensamiento de vida y de esperanza firme: cuando vemos a Jesús clavado en la Cruz hemos de entender que Él es el Resucitado.