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En la formación inicial de los maestros, además del propio candidato, hay dos agentes principales: el sistema educativo obligatorio y la universidad. El primero aporta la formación básica y el testimonio o modelo profesional de los maestros. El segundo favorece el desarrollo personal y ciudadano y, especialmente, cultiva las competencias necesarias. Ambos deben saber compartir, profundizar y transferir las buenas prácticas del arte y la ciencia de la enseñanza-aprendizaje y de la educación. Nos guste o no este contexto formativo, se caracteriza actualmente por la incidencia de los sucesivos cambios en la legislación educativa y universitaria, los resultados de informes de carácter internacional o de las propias evaluaciones, las nuevas realidades sociales y familiares, la crisis y su impacto en las condiciones laborales y de los centros, las nuevas habilidades solicitadas por las tecnologías o la internacionalización…
La defensa y la mejora de la educación implica hacer una opción para lograr buenos maestros, los mejores maestros. Pero en una situación profundamente cambiante y con una fotografía de la realidad educativa escolar insatisfactoria esto no es nada fácil. Uno busca los factores esenciales —de nuestra tierra o foráneos— que hagan posible este objetivo. Hace tiempo que tenemos un amplio debate sobre esta cuestión. En cualquier caso, la formación de futuros maestros pasa por proteger aquellos escenarios de su iniciación, nutrición y crecimiento y, al mismo tiempo, situar este hecho como una prioridad cultural del país.
Esto no significa aislar a los jóvenes estudiantes de la realidad sino la necesidad de preservar su proceso del constante ruido y condicionamiento procedente de los intereses políticos y, ocasionalmente, de la propia administración que —con actitudes intervencionistas— no acaba de diferenciar su responsabilidad en el sistema y la que tiene sobre los profesionales que después trabajarán en los centros de titularidad pública. Y también comporta un esfuerzo de todos por construir una nueva cultura sobre el rol del maestro en nuestra sociedad. En definitiva, dar un nuevo horizonte a preguntas bien conocidas: ¿por qué se sigue pensando mayoritariamente que la docencia en la universidad requiere más preparación que en la educación infantil? ¿Por qué la profesión docente no universitaria es fundamentalmente femenina? ¿Por qué ante un estudiante con un expediente académico brillante de bachillerato muy pocos padres y orientadores le recomiendan los estudios de educación? ¿Por qué en los adolescentes y jóvenes fomentamos y valoramos tan poco las experiencias en contextos educativos? El cambio de paradigma cultural sobre el maestro supone un reto que pide el compromiso de todos.
Publicado en Catalunya Cristiana, núm 1788, de 29 de diciembre de 2013, p.12
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