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Todo el capítulo noveno del libro de la Sabiduría recoge la oración de Salomón dirigida a Dios a fin de obtener este preciado don. La primera lectura de este domingo (Sv 9,13-18) recoge la parte final de esta oración que se estructura en tres partes: a) Salomón pide la sabiduría para poder administrar justicia (vv. 1-7) b) la sabiduría que proviene de Dios es imprescindible para hacer lo que agrada a Dios c) (el texto que leemos hoy) Salomón medita que ningún ser humano conoce el designio de Dios porque que su entendimiento es débil. Estamos ligados a la debilidad física. Si apenas entendemos lo que pasa en la tierra como podremos captar las cosas celestiales. A no ser que Dios nos dé la sabiduría, no podremos conocer sus designios.

No es nuevo en el Antiguo Testamento el convencimiento de la pequeñez del ser humano en cuanto al conocimiento de la voluntad de Dios: "Así como el cielo es más alto que la tierra ... mis pensamientos son más altos que vuestros pensamientos "(Is 55,9) y Job dirá: "Reconozco que eres superior y nada es demasiado alto para ti, por eso he hablado sin inteligencia de maravillas que me sobrepasan y no sabía "(42,2 -3). "¿Quién como tú, Dios del universo" dirá el salmo 89,9; "Quién como el Señor, nuestro Dios" (Sal 133,5).

La oración de Salomón del libro de la sabiduría amplía y modifica la que este rey hace en el santuario de Gabaón recogida en 1Re3,7-9 y 2Cr 1,8-10. Tanto en el libro de los Reyes como en el segundo libro de las Crónicas hay una referencia a la dinastía de David, ausente en el libro de la Sabiduría. En el tiempo de la confección de este libro el tema ya no interesa. La pequeñez y humildad de Salomón se amplía, en el libro de la Sabiduría, con la pequeñez e ignorancia de todo ser humano ante Dios. Es el tema que aparece en nuestra lectura de hoy. La sabiduría que pide Salomón no es privativa de reyes y gobernantes, sino que es una sabiduría para todos. El libro de la Sabiduría amplía considerablemente el tema de Dios como origen y dador de toda sabiduría
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Además de todo esto se observa que, influenciado por la filosofía griega, el autor establece una división entre alma y cuerpo. El cuerpo agobia el alma, dirá, y es una carga para el espíritu (v 15). Pero esto está dicho, no para identificarse con la filosofía griega, sino para mostrar e insistir en que el ser humano, por sí mismo, no puede adquirir el conocimiento de la voluntad de Dios.

La sabiduría salva (v.18). Esta es una de las novedades más relevantes de nuestro texto. En la teología clásica del pueblo de Israel lo que salva es el cumplimiento de la ley. La sabiduría que se pide no es la sabiduría que se adquiere con el estudio, la de unos conocimientos teóricos, que domina unos enigmas escondidos, reservada sólo a unos poco iniciados, la de unos conocimientos filosóficos o conceptuales. Es la sabiduría para la vida, la que va configurando el comportamiento del ser humano de acuerdo con la voluntad de Dios.

Llama la atención también la equivalencia entre Sabiduría y Espíritu santo de Dios. De hecho, el mismo libro ha definido la sabiduría como un espíritu inteligente, santo, único (7,22). El Génesis entiende el Espíritu de Dios presente y motor de la creación (1,2) y el salmo 104 dirá el Espíritu de Dios hace renacer la creación y renueva la faz de la tierra. El convencimiento de que el Espíritu de Dios mueve y penetra todo lo que tiene vida lleva a pensar que también la sabiduría debe penetrar por entero todo el ser humano y convertirse en el principio de que genera el recto comportamiento ante Dios.

Domingo 23 durante el año. 4 de Septiembre de 2016

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