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Después de los cuatro primeros versos, que sirven de saludo e introducción, la primera carta de Juan comienza afirmando que Dios es luz y que hay que caminar en la luz. Acto seguido, casi de forma yuxtapuesta, se afirma la presencia del pecado, realidad, que no puede ser negada. Sigue el texto, que leemos en la segunda lectura de este domingo (1 Jn 2,1-5). Comienza con la advertencia de no pecar. Visto lo dicho al comienzo de la carta, notese que el autor tiene presente la doctrina de los dos caminos, formulada aquí en el vivir en la luz o vivir en el pecado.
El tema del pecado se percibe muy presente en la 1 Jn y no siempre tiene el mismo matiz. En algunos pasajes el pecado es un crimen (3,4); también puede ser desconocimiento de Jesucristo (3,6); en otro lugar se dice que todo comportamiento malo es pecado (5,17). El texto que comentamos parece entrar en contradicción con otros pasajes de la carta donde se dice que "los que han nacido de Dios no pecan" (3,9; 5,18).
En este pasaje el autor está interesado en dar validez a la afirmación, que recoge del v 2 "Él es la propiciación por nuestros pecados". A fin de que esta afirmación mantenga toda su validez pide el reconocimiento de la realidad del pecado y el hecho de pecar se puede dar incluso después de haber aceptado la adhesión a Jesús. El texto quiere rebatir las tesis de los grupos gnósticos, que negaban la posibilidad de pecar y quiere insistir en la capacidad de Jesús para liberarnos del pecado.
Esta capacidad de Jesús para liberar del pecado la tiene, entre otras cosas, por el hecho de que él es el justo. Este calificativo nos lleva a pensar en el personaje del siervo de Yahvé. De él se dice: "él, que es justo hará justos todos los demás porque ha tomado sobre sí las culpas de ellos" (Is 53,11). La primera carta de Juan añade un matiz interesante: "no sólo los nuestros, sino los de todo el mundo" (v.2). La acción liberadora del pecado por parte de Jesús tiene un alcance universal. El perdón no queda limitado en el Israel histórico o al ámbito de las primeras comunidades cristianas, sino que tiene una dimensión universal y se intuye que rompe no sólo las barreras locales, sino también las temporales.
A la afirmación en negativo de no pecar, que determina el comportamiento del creyente, se contrapone ahora la afirmación en positivo de guardar los mandamientos como garantía de poseer el conocimiento de Dios (v.3). La preocupación por la influencia que los grupos gnósticos están ejerciendo dentro de la comunidad está muy presente en 1 Jn. Estos grupos defendían que habían recibido un conocimiento de Dios perfecto. Este conocimiento es el que proporciona la salvación. La salvación, según ellos, se mueve en el nivel teórico y no afecta para nada la práctica cristiana, por eso negaban los sacramentos y, como ya hemos dicho, la posibilidad de pecar.
Esto explica que el autor de la carta insista en que el conocimiento de Dios lo da la práctica de los mandamientos. La auténtica verdad está en el cumplimiento de los mandamientos y no en la posesión de un teórico conocimiento de Dios que se desentiende de la práctica cotidiana del amor. El texto conduce a poner los pies en el suelo y traslada la experiencia cristiana al nivel de la práctica y de la vida y la libera de las especulaciones teóricas, que sólo sirven de excusa para zafarse de la fundamental exigencia cristiana de amar a los de

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