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El texto que leemos en el evangelio de este domingo (Jn 3,14-21) corresponde a un fragmento del diálogo de Jesús con Nicodemo ubicado en el capítulo 3º del evangelio de Juan. En el texto litúrgico se pueden observar tres partes: 1) El Hijo del hombre levantado (vv.14 y15); 2) El amor de Dios dador de vida; 3) El rechazo a la luz, que es Jesús, criterio de condena.

Juan compara la muerte de Jesús, clavado en la cruz levantada sobre la tierra con el palo donde hay puesta una serpiente, clara referencia al episodio de Nm 21,4-9. El verbo alzar o levantar debe leerse en un doble sentido. Tanto se refiere a la muerte de Jesús (la cruz se levanta) como su resurrección. Dos momentos de un hecho único glorificador, revelador y salvador. Los comentarios e interpretaciones judías insisten en que lo que realmente salvaba no era la serpiente en sí, sino que, por el hecho de estar elevada, obligaba a elevar la mirada, a levantar los ojos hacia Dios, saliendo así de un estado de postración. Lo mismo se puede aplicar a la cruz de Jesús que ejerce un poder de atracción ("Y cuando sea levantado atraeré a todos hacia mí" 12,22). Salva a los que creen en él, a quienes se levantan para dirigir hacia la cruz su mirada.

Sólo quienes miraban la serpiente obtenían la vida, sólo los que miran la cruz se salvan. La opción de no mirar permanece muy abierta. Por ello es el ser humano el que, en todo caso, se condena a sí mismo. Por ello dirá el texto que la condena se produce cuando, al llegar a la luz, hay quien sigue optando por la tiniebla.

Dios ama el mundo. En la obra de la creación hay un acto de amor por parte de Dios y este acto de amor implica que el mal y el pecado no pueden hacer fracasar el proyecto de Dios. Sólo el brillo de la luz puede llevar al fracaso a la tiniebla. El proyecto de Dios no es un proyecto corrector en el que Jesús vendría arreglar un proyecto que a Dios se le ha ido de las manos, sino que es un proyecto, que incluye de entrada, la presencia de la luz para hacer imposible el impacto de la tiniebla. En la palabra -logos- está la vida, dirá el prólogo (1,4). Hay un proyecto de vida que no puede fracasar y, a fin de que no fracase, la palabra, logos, vida, luz, se hará presente en la historia.

Vida eterna no debe tomarse sólo en un sentido cronológico. Es verdad que la expresión pone la mirada en el más allá, en los tiempos después de la muerte. Vida eterna equivale a lo que en los sinópticos es el Reino de Dios como futuro anticipado. Futuro que ya se ha hecho realidad. Pero vida eterna significa, sobre todo aquí, una vida de plenitud; de calidad, de felicidad. Una vida diferente a la vida biológica; nueva, dotada de la novedad propia de los nuevos tiempos que han empezado con Jesús.

La manera de entender el juicio presenta en este pasaje una novedad y un giro. La profecía de Joel (4,2) y también la apocalíptica (1 Hen 91,14-17) piensan en un juicio a las naciones al fin de los tiempos. Este pensamiento late en el texto de Mateo 25, que presenta el juicio que separa las ovejas de las cabras. Aquí la realidad del juicio se desplaza al campo individual y, en cuanto al tiempo, se produce en el aquí y ahora del momento presente. Dios no actúa como un factor externo que dictamina una sentencia desconocida. El propio ser humano se convierte en juez de sí mismo porque deviene capaz de conocer por sí mismo los motivos de su condena o su salvación.

Domingo 4º de Cuaresma 15 de Marzo de 2015

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