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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
Publico aquí el epílogo de mi libro: “El coraje de la fe. Comunidades maristas en tiempos convulsos (1936-1939)”, que narra la muerte de 68 mártires (66 hermanos maristas y dos laicos), que integra el grupo de los 522 mártires beatificados en Tarragona.
Estos acontecimientos, relatados al hilo de la historia, suscitan sentimientos profundos de tristeza, indignación, admiración… Es imposible quedarse indiferente. Pero a la vez invitan al silencio, a la meditación y a la plegaria. Mi reflexión final, abierta a todas las víctimas sin distinción, se focaliza sobre los mártires y se concentra en cuatro puntos.
1. ¿Cómo explicarse el comportamiento de los verdugos? ¿Cómo podían disparar contra personas indefensas? ¿Cómo podían torturar a los prisioneros? ¿De dónde surgía este odio a la fe, como afirma la Positio? Pensar que eran unos monstruos no resuelve el problema. En el día a día, quizás eran hombres normales, como cualquiera de nosotros. Hannah Arendt se planteó este interrogante cuando asistió al proceso Eichmann. Ella habló de la banalidad del mal y de la ausencia de pensamiento. El argumento esgrimido por Arendt, con indudables raíces socráticas, posee hoy toda su actualidad. Si hay conciencia, no puede actuarse de esta manera. El ejercicio del pensamiento desenmascara la monstruosidad del mal. Gurdjieff abordó en varias ocasiones el tema de la guerra. Creía que era posible detenerla. Para ello, “bastaría que la gente se despertase. Parece una cosa sencilla. Sin embargo, es lo más difícil que puede haber porque este sueño es inducido y mantenido por la totalidad de la vida circundante, por todas las condiciones del ambiente”. Consciencia y pensamiento son las claves, pero quizás no siempre basten para explicarlo.
2. Las víctimas, en una guerra civil, existen en los dos bandos. En el caso de los hermanos maristas, ¿qué les movió a mantener sus compromisos? ¿Por qué no cedieron a las propuestas de renunciar a sus convicciones religiosas y se mantuvieron firmes en la fe? Muchos eran personas normales y corrientes. Con sus deseos, ilusiones y proyectos. Con sus defectos, limitaciones y fallos. Algunos eran extraordinarios. No obstante, unos y otros, ¿de dónde sacaron el arrojo y la valentía para afrontar la sinrazón de una persecución a muerte por el hecho de ser religiosos? ¿Cómo vivieron su misión para no querer renunciar a ella? ¿Qué encontraron en su comunidad para entregarse a ella hasta el final? No encuentro otra explicación que la fe en Dios, el motor de su vida. Cuando uno está al borde de la muerte, se agarra a lo esencial. Sabe valorar las cosas en su justa medida. Sören Kierkegaard había escrito: “Sólo la fe proporciona al hombre el valor y la audacia necesarios para mirar de hito en hito la muerte y la locura, para no inclinarse, impotente, ante ellas". Su prioridad era clara: “¿De qué sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?” (Mc 8,36).
3. Un gran compromiso que se desprende de esta vivencia histórica se refiere a la educación. Basta recordar la conferencia "La educación después de Auschwitz", pronunciada por Theodor W. Adorno el 18 de abril de 1966 en la Radio de Hesse: “La exigencia de que Auschwitz no se repita es la primera de todas en la educación. Hasta tal punto precede a cualquier otra que no creo deber ni poder fundamentarla. No acierto a entender que se le haya dedicado tan poca atención hasta hoy. Fundamentarla tendría algo de monstruoso ante la monstruosidad de lo sucedido”. Educar implica enseñar la historia de modo que se favorezca su comprensión. Educar es despertar a las personas en los valores de la verdad, de la reconciliación, del perdón, de aceptación de la diversidad, del respeto, de la convivencia, del diálogo, de la empatía, de la espiritualidad… El currículo educativo se concentra en exceso sobre los aprendizajes y sobre contenidos académicos de interés, pero no baja a las profundidades del corazón humano. ¿Cómo tiene que ser la educación en España para que no se repita la historia y se favorezca la comprensión? ¡Queda tanto por hacer!
4. ¿Por qué tantas personas que viven a fondo su vida cristiana acaban siendo mártires? ¿Cómo explicárselo? Hace casi 80 años, miles de personas en la guerra civil padecieron el martirio, como sucedió a estos 68 maristas. Pero, ¿qué ocurre hoy? Andrea Riccardi, escribe: “La realidad del martirio en el siglo XXI es la de unos cristianos que no son agredidos por la máquina de los regímenes totalitarios, sino por la violencia de sus conciudadanos. Muchos religiosos y religiosas no se han querido proteger, sino que han continuado viviendo entre la gente indefensa, trabajando en la tierra donde azota la barbarie”. La ideología imperante se pone una venda en los ojos y silencia la realidad de tantas muertes como ocurren. La libertad religiosa sigue siendo un derecho que no ha alcanzado un desarrollo razonable. Acaso la respuesta última está en las palabras de Jesús: “Mirad que os mando como corderos en medio de lobos” (Lc 10,3). La persecución duele, pero el profeta Isaías afirma: “Como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo” (66,13). El reconocimiento eclesial de los beatos cumple la promesa el Señor: “Vuestros huesos florecerán como un prado” (Is 66,14).
Quien vive con amor el coraje de la fe, como nuestros mártires, escucha el anuncio de Cristo: “Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo” (Lc 10,20).
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