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(JOAN CABALLERIA, ganador del Premio Civilitas 2011. Universitaties) Pasada la sorpresa de saber que mi trabajo de investigación había sido seleccionado como finalista de un premio (mérito que hay que asignar a mis tutoras de la Escuela Virolai, Ana García y Carmen Rosado, que confiaron en él y lo presentar), y sobre todo que consiguiera el primer lugar, quedaba llevar a cabo el premio en sí: un fin de semana en Roma para dos personas.

Elegí un fin de semana de noviembre, y de acuerdo con la secretaria de la Pastoral Universitaria, aumentar el grupo de dos a cuatro: mis padres y mi hermana pequeña.

El primer contacto con Roma fue un trepidante viaje en taxi, en el límite del riesgo, por sus calles. Cuesta entender que no hayan más accidentes y choques, pero parece que todo el mundo sepa cuando hay que frenar o acelerar y cuándo pasar o esperar, a pesar de los pasos de cebra o los semáforos.

Llegados a nuestro alojamiento, la casa de los Hermanos de San Juan de Dios, tuvimos la primera gran sensación del viaje. Aparte del lugar, la acogida fue magnífica. La primera cena con aquella comunidad tan variada (había españoles, africanos, vietnamitas e italianos), fue una gran experiencia. Su curiosidad inicial, fue sustituida rápidamente por un diálogo abierto y por un puñado de recomendaciones para nuestra visita de Roma.

Al día siguiente, de madrugada, nos lanzaremos a la visita de la llamada "ciudad santa". Fue una jornada agotadora, pero valía la pena. Empezamos por San Juan de Letrán, siguiendo por el Coliseum, el foro romano, la plaza Venezia, el Panteón, la plaza Navona, el Vaticano y el castillo de St.Angelo. Todo ello mezclado con los numerosos calles, iglesias y plazas, así como las obligadas paradas para comer, descansar o saborear, aunque estuviéramos en noviembre, los buenísimos helados artesanales italianos.

Hacía tiempo que no dormía tan bien como aquella noche!. Mientras los pies protestaban del castigo del día y la cabeza hervía de tantas impresiones, el sueño llegó suavemente y duró hasta que mi madre me despertó al día siguiente.

El domingo aprovechamos para conocer, de una manera más relajada, otros rincones importantes de Roma: Santa. María la Mayor, la Piedad, la plaza de España y su entorno, etc. Agotados hicimos el último comida italiano y con tristeza nos despedimos de nuestros nuevos amigos, a través del hermano provincial.

Ya en Fiumicino, mientras esperábamos nuestro avión, la película del fin de semana fue pasando, una y otra vez, por mi cerebro. Contento por la experiencia y todo lo que había visto y conocido, pude valorar la importancia del premio conseguido, a la vez que me sentía compensado por el esfuerzo realizado.

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