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Por Francesc Riu i Rovira de Villar .

En estos momentos, mediodía de hoy viernes 6 de noviembre de 2015, se habrá hecho público, de modo oficial, que el obispo Juan José Omella será el pastor de la archidiócesis de Barcelona en los próximos años. Estoy convencido de que, de las manos del papa Francisco, Dios nos ha hecho un buen regalo, un regalo oportuno. Y estoy agradecido por ello.

Tuve la oportunidad de tratar al obispo Omella ya hace algunos años, cuando él se estrenó en el ministerio episcopal como obispo auxiliar de la archidiócesis de Zaragoza. Ya entonces pude observar que era una persona cercana, cordial, lúcida y atenta, con un extraordinario sentido de Iglesia. No podía ser de otro modo. Seguro que los años de servicio en les diócesis de Basbastro y de Calahorra y La Calzada-Logroño le han enriquecido con la experiencia propia del ejercicio del ministerio episcopal. Y no es en absoluto irrelevante que recientemente el mismo papa Francisco le haya llamado a formar parte de una de las Congregaciones más influyentes del Vaticano, la Congregación responsable de velar por la selección de los futuros obispos. Este gesto ya nos movía a pensar que el Papa le encomendaría el gobierno de una de las archidiócesis de más relieve en España. Así ha sido.

Se ha dicho y repetido que la elección del obispo Omella para sustituir a nuestro querido cardenal Lluís Martínez Sistach ha sido una decisión muy personal del papa Francisco, precisamente porque es público que comparten el mismo modo de pensar respecto a las necesidades de renovación de la Iglesia en la situación en que nos encontramos.

Si esto es así, debemos pensar que el obispo Omella también comparte el modo de pensar del papa Francisco sobre el talante que debe mostrar el pastor de una diócesis. Francisco ha escrito: “El obispo siempre debe fomentar la comunión misionera en su Iglesia diocesana siguiendo el ideal de las primeras comunidades cristianas, en las que los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma. Para eso, a veces irá delante para indicar el camino y cuidar la esperanza del pueblo, otras veces estará simplemente en medio de todos con su cercanía sencilla y misericordiosa, y en ocasiones deberá caminar detrás del pueblo para ayudar a los rezagados y, sobre todo, porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos. En su misión de fomentar una comunión dinámica, abierta y misionera, el obispo tendrá que alentar y procurar la maduración de los mecanismos de participación que propone el Código de Derecho Canónico y otras formas de diálogo pastoral, con el deseo de escuchar a todos y no solo a algunos que acaricien los oídos. Pero el objetivo de estos procesos participativos no será principalmente la organización eclesial, sino el sueño misionero de llegar a todos” (Evangelii Gaudium, 31).

Vuelvo al principio. Estoy seguro de que el papa Francisco ha tomado la decisión oportuna y nos ha hecho un buen regalo. Doy gracias a Dios.

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