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El capítulo 13 del evangelio de Mateo recoge el discurso de Jesús sobre el fin de los tiempos; leemos los últimos versículos en este domingo (Mt 13,33-37). Jesús no habla de descubrir acontecimientos futuros, ni adivinar ni predecir cuándo será el fin del mundo, sino que quiere dar consejos ante la situación de persecución en que se encuentran las primeras comunidades cristianas (vv. 9-13) y la inquietud provocada por hechos tan alarmantes como la caída de Jerusalén y la profanación del templo.

En estos últimos versículos se encuentra una mínima parábola, introducida en el discurso a fin de remachar el insistente mensaje, leitmotiv de todo el discurso: velad. El dueño que se va de casa es símbolo de Jesús que la comunidad experimenta ausente, una vez acabada su presencia histórica. La casa representa la comunidad cristiana (hay que recordar que era en las casas donde se hacían las primeras reuniones para celebrar la cena de Jesús). Los sirvientes son los miembros de la comunidad cristiana que deben procurar que la actividad de esta no pare. El trabajo que deben hacer es anunciar a todos los pueblos del evangelio (13,10) y deben tener claro que el fin no sucederá hasta que este encargo no se haya llevado a cabo. La actividad y la vigilancia que debe realizar la comunidad provienen de un mandato del mismo Jesús (v. 33). El portero que realiza una vigilancia especial representa aquellos que en la comunidad tienen un cargo de dirección y una responsabilidad. La noche se puede ver como la noche que precede al gran día de la salvación (Za 9,16).

La caída de Jerusalén se veía como un hecho que formaba parte del bloque de eventos que debían acompañar el retorno de Jesús que se presentía inmediato. A la vez, el retorno de Jesús implicaba el fin de los tiempos y de la historia, pero la caída de Jerusalén había llegado, el fin del mundo había comenzado, pero Jesús no aparecía por ninguna parte; esto provocaba el desconcierto, el desencanto y desaliento de las comunidades cristianas.

Esta situación dejaba el campo libre para la actuación de los falsos profetas. Aparecen en el discurso unos versículos antes de la lectura litúrgica (13,6). De estos también habla el libro del Apocalipsis 13,14; 19,20. Jesús prevé su aparición y advierte de no caer en sus engaños. Ellos esparcen la inquietud en las comunidades y se dedican a especular sobre el tiempo y el momento exacto del fin.

El mejor antídoto para neutralizar la tarea de los falsos profetas es velar. Si un vigilante en una torre de guardia dormía dejaba el campo abierto a la acción de los enemigos. Dormir, contrario de no velar, es dar todas las facilidades a la acción de los falsos profetas. El fin seguro que vendrá, el hecho de que se retrase no debe hacer pensar que no vendrá y, por tanto, despreocuparse y flaquear.

Tal como aparece en el texto, el sentido en que debe entenderse velar es que la comunidad debe estar involucrada en el aquí y ahora, activa en la denuncia profética de las injusticias y que contrarreste la predicación negativa, alarmista y desmoralizadora de los falsos profetas. El ánimo a velar quiere ayudar a la comunidad a tomar actitudes adecuadas ante la dura situación que vive.
Velar no es vivir en un estado permanente de pánico, temor y angustia. Más bien pide un sentido crítico ante la vida y aumentar la capacidad de percibir con atención e inteligencia los acontecimientos, signos de los tiempos y la palabra del evangelio a fin de interpretarlos acertadamente para no dejarse llevar por la primera impresión que causan determinadas realidades.

Domingo 1º de Adviento. 3 de Diciembre de 2017

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