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Leemos en el evangelio de este domingo el conocido relato de la confesión de Pedro (Mt 16,13-20). Es interesante observar la relación existente entre el contenido del relato y el escenario donde se produce la conversación de Jesús, los discípulos y Pedro.

Contigua a Cesarea de Filipo hay una gran roca que todo el mundo conocía muy bien porque se veía desde cualquier lugar. La ciudad estaba edificada a sus pies. La roca tenía un gran significado religioso ya que a su lado existía un templo dedicado a Pan, dios de la fertilidad de los rebaños, y otro construido por Herodes el grande dedicado a Augusto divinizado. Cuando Jesús en Cesarea dice a Pedro que él es roca, cualquiera que conozca el lugar no puede dejar de pensar en la famosa roca. El mensaje es muy gráfico: Jesús edificará la iglesia sobre un fundamento muy sólido.

Al pie de la roca hay una gran caverna que da acceso a un gran abismo de profundidad impresionante. Según las creencias de la gente de Cesarea, este abismo llevaba hacia una de las puertas por las que se entraba en el infierno (Hades para los griegos, Sheol para los hebreos). Cuando Jesús afirma que las puertas del infierno nada podrán contra la fortaleza de la iglesia, significa que el reino de los muertos, de las tinieblas, de las fuerzas del mal y de los dioses infernales, éstos no podrán hacer caer de ninguna manera, ni tendrán ningún poder ante la fortaleza de la roca que aguanta y fundamenta la iglesia. El reino de los muertos se contrapone al reino de los cielos del que Pedro tendrá la clave. A la próspera Cesarea, con templos, palacios y edificios espectaculares, emblema del poder imperial se contrapone el poder de atar y desatar que Jesús da a Pedro, encaminado a construir una iglesia, es decir, una comunidad que sea capaz de sacar adelante su proyecto liberador. Jesús construirá según los principios que ha definido en el sermón de la montaña: la casa sobre la roca para que cuando vengan la lluvia, los ríos y los vientos - el poder del infierno, Hades o Sheol - aguante firme y no la hagan caer.

La expresión "Hijo del hombre" es un semitismo que equivale a decir simplemente "hombre". Las primeras comunidades cristianas aplicaron este título a Jesús con mucha frecuencia. La respuesta de los discípulos a la pregunta de Jesús tenía presente que Jesús era considerado un profeta (Mt 13,57; 21,11.46; Lc 4,24; 7,16.39; 13,33). Lo que más llama la atención es la evolución que existe en los títulos calificativos que se dan a Jesús. En el pasaje, Jesús comienza auto proclamándose como el hombre. La consideración de profeta representa un paso adelante. Jesús no es simplemente un hombre; la condición profética le reviste de una personalidad extraordinaria y una relación singular con Dios. Esta relación singular se refuerza con el primero de los calificativos que le otorga Pedro: Mesías. La condición mesiánica hace de Jesús el esperado y el liberador. Habrá que matizar, con el tiempo, de que, en realidad, libera Jesús. Hijo de Dios podría ser un equivalente a Mesías, éste era considerado Hijo de Dios (Sl 2,6s) pero en el pensamiento de las comunidades cristianas es la confesión de fe más plena y madura de cualquier seguidor de Jesús.

Esta progresión la encontramos en los relatos de Emaús (Lc 24,18.19.25.33), la samaritana (Jn 4,9.19.25.42) y el ciego de nacimiento (Jn 9,11.17.22.38). Los conocía Mateo? No lo sabemos, pero todo indica que la confesión de Jesús como Hijo de Dios era el resultado de un progreso en la fe y este progreso indudablemente era conocido y practicado por las primeras comunidades, entre ellas la de Mateo

Domingo 21 durante el año. 27 de Agosto de 2017

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