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En la primera parte del capítulo 10 del evangelio de Juan se encuentra el conocido discurso del Buen Pastor. De él leemos un fragmento en el evangelio de este domingo (Jn 10,11-18). Mantiene puntos de contacto con el capítulo anterior, la curación del ciego de nacimiento: se clarifica la identidad de las autoridades que han menospreciado al ciego de nacimiento y el tema de la identidad de Jesús sigue ocupando el centro del discurso. La expresión "Yo soy el buen pastor" complementa las otras expresiones similares repartidas por el evangelio, "Yo soy el pan de vida" (6,35) "Yo soy la luz del mundo" (8,12; 9,5 ), "Yo soy de arriba" (8,23), "Yo soy la puerta" (10,9), "Yo soy la resurrección y la vida" (11,25).

Si en el relato del ciego de nacimiento, Jesús critica severamente la ceguera de los dirigentes del pueblo que son los malos pastores que tienen el pueblo abandonado, ahora Jesús se presenta con los rasgos definitorios de un buen pastor que se ocupa de sus ovejas hasta dar para ellas su vida.

La crítica a los dirigentes es muy dura. Son los jornaleros que abandonan las ovejas porque trabajan a jornal y no las sienten suyas y huyen cuando viene el lobo. La crítica de los malos pastores viene de lejos. La encontramos en textos del Antiguo Testamento. Jeremías decía: "Ay de los pastores que echan a perder y dispersan las ovejas de mi rebaño ... Esto dice el Señor a los pastores que apacientan mi pueblo. Vosotros h dispersasteis mis ovejas y las esparcisteis y no las tuvisteis en cuenta. Pues ahora yo os castigaré de vuestra mala conducta "(23,1-2) Y el profeta Zacarías proclamaba:" Ay de los malos pastores que abandonan el rebaño "(11,17).

En el Antiguo Testamento el mejor pastor es Dios mismo. Muchos textos utilizan la metáfora del pastor y el rebaño para describir las relaciones de Dios con su pueblo. "El Señor es mi pastor" dirá el salmo 23,1. Quizás el texto más interesante es el de Ezequiel. Ante la ineptitud de los pastores que se aprovechan del rebaño, Dios tomará el relevo y será él mismo quien tendrá cuidado del rebaño. "Buscaré la oveja perdida y recogeré la descarriada, vendaré la que se había roto la pata y restableceré la enferma ... apacentaré con justicia mi rebaño" (Ez 34,16).

Al presentarse como buen pastor, Jesús hace suya la tarea que corresponde a Dios. Él es el bueno en contraposición a los que han quedado definidos como malos. El punto álgido de esta bondad es el don de la vida. Aquí radica la gran diferencia entre el buen pastor y el malo. "Doy la vida por ellas". Dar la vida por una persona, por un amigo, por una causa es un ideal muy noble, sobre todo si el don de esta vida otorga a la persona, al amigo o a la causa un futuro mejor. La muerte, entonces, se convierte en fecunda, llena de sentido porque otorga vida a los miembros de una comunidad. Si el pastor no muere por las ovejas, serán las ovejas las que morirán devoradas por el lobo, símbolo de los poderosos que, como dice Ezequiel obtienen beneficios destrozando la presa, dispuestos a derramar la sangre y haciendo morir a la gente (22,27).

El pastoreo de Jesús tiene una doble dimensión, por un lado es preocupación solícita por el rebaño, pero por otro hace realidad el pastoreo de Dios, el Padre. La muerte de Jesús pastor no viene sólo de una exigencia para con la grey, sino sobre todo de una fidelidad a Dios. El deseo de un solo rebaño y un solo pastor otorga a la muerte de Jesús un carácter universal, inaugura una comunidad universal. El único rebaño y el único pastor no debería entenderse como una alusión a la superación de disidencias entre comunidades cristianas, sino como el proyecto de construir un rebaño universal donde tengan cabida todos los que, escuchando la voz de Jesús, lo quieran seguir.

Domingo 4º de Pascua. 22 de Abril de 2018

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