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Leemos en el evangelio de este domingo el relato de aparición de Jesús a los discípulos que se encuentra en el evangelio de Juan (Jn 20,19-31). El evangelista reelabora una tradición que ya encontramos en los evangelios sinópticos. Hace una lectura de un tema bien conocido en las primeras comunidades cristianas: la aparición del Resucitado ante sus discípulos (1 Co 15,5b; Mt 28,16-20; Mc, 14-18; Lc 24, 36-49) .

Juan comienza especificando que la aparición se produce el mismo día de la resurrección que es el primer día de la semana judía. Es el día de la reunión de la comunidad que vive a la espera de la presencia del Señor. Es en medio de esta reunión donde el Resucitado se manifiesta. En el encuentro dominical eucarístico la comunidad hace experiencia de Jesús vivo.

Las puertas están cerradas por miedo a los judíos. Las puertas cerradas resaltan la iniciativa y libertad de Jesús que se manifiesta donde quiere y no hay impedimento que pueda torcer esa voluntad o iniciativa. Jesús resucitado no es un cuerpo reavivado. La afirmación sobre la resurrección se presta a muchas elucubraciones. Resucitado significa esencialmente transformado. Es una vida que no necesita el soporte físico de un cuerpo para ser vivida. Cualquier especulación hecha a partir del detalle de la puerta cerrada sobre la clase de cuerpo que tendría Jesús es ajena al texto.

El miedo de los judíos no la mencionan los sinópticos. Está sobradamente fundamentado si se tienen en cuenta los violentos enfrentamientos entre Jesús y los judíos que se describen en el evangelio. José de Arimatea actúa a escondidas por miedo a los judíos (19,38). Nadie habla abiertamente de Jesús por miedo a los judíos (7,13). Esta insistencia en el miedo de los judíos se explica por la situación en que se encuentra la comunidad que dio origen al cuarto evangelio. Parece ser que esta comunidad fue excluida de la sinagoga judía. Es de suponer que el hecho produjo un choque emocional y doctrinal considerable. El evangelio de Juan conserva indicios esta expulsión. Los padres del ciego de nacimiento tienen miedo a los judíos porque han oído decir que todo el que confiese Jesús será excluido de la sinagoga (9,22). Igualmente algunos dirigentes que creen en Jesús no lo confiesan por temor a ser expulsados ​​de la sinagoga (12,42).

En el relato de aparición a los discípulos hay numerosas referencias al discurso de despedida. La simple presencia de Jesús hace realidad la promesa de no dejar a los discípulos huérfanos (14,18). La promesa del Espíritu (14,26), la paz (14,27) la futura alegría (15,11; 16,20) son promesas que ahora se cumplen con la presencia de Jesús resucitado.

En los cuatro evangelios, las apariciones de Jesús resucitado van ligadas a un envío de los discípulos; este en Joan adquiere un matiz peculiar porque el envío de los discípulos se corresponde con el de Jesús: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo". El Padre envió a su Hijo a fin de revelar al mundo. "El Padre me ha enviado, me ha mandado que debía decir y de predicar" (12,49). Ahora el Hijo envía a los discípulos y, en definitiva, a todos sus seguidores para que hagan saber al mundo que Jesús es el enviado de Dios y que el conocimiento de Dios y de Jesús, que es su enviado, es el que da la vida eterna (17,3). Después de Pascua, los discípulos y todos los seguidores de Jesús serán los portadores universales de la revelación de Jesús y de rebote de la revelación del Dios viviente.

Domingo 2º de Pascua. 8 de Abril de 2018

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