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El evangelio que leemos este domingo (Mt 13,1-23) tiene tres partes: la muy conocida parábola del sembrador (vv. 1-9), palabras de Jesús dirigidas a los discípulos (vv. 10-17) y la explicación de dicha parábola (vv. 18-23). Habitualmente son más comentadas la parábola del sembrador y su explicación y menos las palabras de Jesús dirigidas a los discípulos quizás por su dificultad interpretativa; con todo, no dejan de tener su interés.

Las palabras de Jesús a los discípulos provienen de un conjunto de dichos que, en un momento determinado, se introdujeron en el evangelio. El primer dicho delimita dos grupos, a uno se le ha otorgado el don de conocer los misterios del reino, al otro no. Jesús regala su enseñanza, pero su recepción está ligada al don de Dios porque es él quien revela los misterios del reino.

La idea de revelación de misterios secretos era común en la religión grecorromana, donde los miembros de determinados grupos (como los de Eleusis o los de Isis) eran iniciados en los secretos de los dioses, del cosmos y de la vida. En la literatura sapiencial judía (Sv 6,22) y especialmente en la apocalíptica (1He 38,3-5) el establecimiento del reinado de Dios sobre todas las cosas y el retorno de la creación a su bondad original sólo son revelados a una minoría que los puede conocer gracias al don y la acción reveladora de Dios.

La parábola, a primera vista, es un lenguaje claro, colorista, con imágenes tomadas de la vida popular, pero detrás de ese lenguaje se esconde una enseñanza no tan clara a primera vista, por eso deben ser interpretadas. Mateo nos da un ejemplo con la interpretación de la parábola del sembrador. Este aspecto oscuro de la parábola es lo que permite que Jesús diga: "Por eso hablo en parábolas, porque miran y no ven, y oyendo no oyen ni entienden" (v.13). Son los sabios y entendidos a quienes les ha sido escondida la revelación (Mt 11,25), para ellos el reino de Dios es una amenaza a sus intereses y a su manera de pensar. No ponen nada de su parte para entender, por eso las pocas ganas que les puedan quedar, incluso esas les serán tomadas.

La gente que no quiere escuchar ni entender las palabras de Jesús no es otra cosa que la figura de Israel que no acepta la predicación de los profetas, por eso Mateo introduce la cita del profeta Isaías (6,9s), un clásico dentro de la crítica del Israel rebelde . La cita comienza con una constatación premonitoria: "Escuchan pero no comprenden; miran bien, pero no ven ", y a continuación expone la causa:" se ha hecho insensible el corazón de este pueblo ". Corazón, centro de la voluntad, el pensamiento, el conocimiento, las decisiones y las acciones de la persona. Si añadimos orejas y ojos, partes del cuerpo importantísimas, nos encontramos en que el cierre a la predicación profética es total, no deja resquicio a la penetración.

La dificultad de la cita de Isaías radica en que parece que Dios no estuviera interesado en la conversión de su pueblo. No encaja con la visión de un Dios lleno de amor que perdura para siempre su fidelidad (Sal 117,2). El profeta se lanza a predicar sabiendas, de entrada, que no le escucharán. El fracaso está asegurado; a pesar de todo, el imperativo de Dios se mantiene. En el texto de Isaías se nota una cierta ironía, pero se puede ir más allá de la simple ironía. En el texto ampliado de Isaías (6,8-13) el profeta pregunta hasta cuando se mantendrá el endurecimiento del pueblo. La respuesta: hasta que todo esté devastado; es decir, hasta que se haya producido el exilio. Si el pueblo se arrepiente antes de pasar por la dificultad del exilio su arrepentimiento se quedará a medias. El pueblo tiene que tocar fondo y, a partir de esta situación, se podrá empezar a crear la realidad nueva de un pueblo que sí escuchará la predicación de los profetas. A este pueblo Dios lo salvará. Hay entre estos salvados los bienaventurados que , a diferencia de la gente que no escucha, han visto y oído lo que el mismo Isaías desearía haber visto i oído.

Domingo 15 durante el año. 16 de Julio de 2017

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