Pasar al contenido principal

Los fragmentos del libro de los Hechos de los Apóstoles que leemos en la primera lectura de este domingo (Ac 8,5-8.14-17) se ubican a continuación del relato de la muerte de Esteban, que marca el inicio de una persecución contra el grupo de los helenistas, especialmente contra sus dirigentes, los siete escogidos (Hch 6,5).
La persecución es la causa de una gran dispersión que favorecerá la predicación en el territorio de Samaria. Instigada por las autoridades judías, dicha persecución no afecta al grupo de los doce, dirigentes de la iglesia ubicada en Jerusalén, porque no comparten los puntos de vista de los helenistas, es decir, la desvinculación de la institución judía, que significa relativización de la Ley, del sábado y de la obligación de circuncidarse. La predicación en Samaria que Jesús había predicho a los apóstoles (Hch 1,7) y que estos aún no han comenzado, sigue adelante y será realidad con la predicación de Felipe y los helenistas escapados de Jerusalén. Así pues, se cumplirá el programa de Jesús.

Felipe predica en campo contrario. La enemistad entre samaritanos y judíos viene de lejos. Sin embargo, los samaritanos admiten los cinco libros de la Ley y esperan su mesías que llaman "ta'eb". Felipe se vale de esta esperanza para anunciar que Jesús es el Mesías; el anuncio va acompañado de muchos prodigios. Este modo de proceder es similar a la de Jesús que acompaña el anuncio del Reino de Dios con señales y prodigios (Lc 4,31-37; 6,18-19).

Felipe no intenta deslumbrar los samaritanos, sino anunciarles el mensaje liberador de Jesús. En esto se contrapone a Simón el mago, personaje que se infiltra en la narración (vv. 9-13) y que la lectura litúrgica omite. Este Simón, con los grandes poderes obtenidos por el arte de la magia, consigue que todo el mundo esté pendiente de él y los deja boquiabiertos. La advertencia de Lucas es clara: los poderes del Espíritu y los poderes de la magia no son lo mismo.

Pedro y Juan, representantes de la iglesia de Jerusalén, quieren saber qué pasa en Samaria. Comprueban, con extrañeza, que han recibido el bautismo, pero el Espíritu Santo no ha irrumpido sobre ninguno de ellos. Han quedado vinculados a la persona de Felipe, es decir, han creído en Felipe, no en Jesús. Los samaritanos entusiasmados no han hecho gran cosa más que cambiar Simón el mago por Felipe. Pedro y Juan hacen una oración personalizada sobre cada uno de ellos a fin de que reciban el Espíritu Santo, oración que tiene en cuenta las particularidades singulares de cada persona. Los entusiasmos masivos impersonales en torno a un líder sirven de poco.

Los impusieron las manos. Imponer las manos es un símbolo que significa, sobre todo, transmitir. El que pone las manos transmite a otro algo que él tiene en propiedad o porque le ha sido conferido. En este caso transmite por cuenta de quien le ha conferido la calidad o la capacidad. Bíblicamente puede querer decir que se transmite una bendición (Jacob bendice a los hijos de José Gn 48,13-16); que se traspasa un poder (Moisés traspasa a Josué la misión de conducir el pueblo Nm 27,15-23; Dt 34,9); se traspasa una desgracia o un mal fin de ser liberado (confesados ​​los pecados, el gran sacerdote los transmite al chivo expiatorio el día de la Expiación Lv 16,21-22) o bien también se traspasa la vida o la salud (Jesús lo hacía para curar Mc 5,23; 7,32; 8,23 a 25, como también lo hacían médicos de la antigüedad clásica). Con la imposición de las manos se quiere introducir algo en la totalidad de la persona del otro, por eso se convierte en el símbolo preferido de la transmisión del Espíritu Santo. El dinamismo del Espíritu, la fuerza transformadora de Dios se comunica a los seguidores de Jesús a fin de que adquieran el dinamismo que ha de transformar el mundo en Reino de Dios.

Domingo 6º de Pascua 21 de Mayo y 2017

Us ha agradat poder llegir aquest article? Si voleu que en fem més, podeu fer una petita aportació a través de Bizum al número

Donatiu Bizum

o veure altres maneres d'ajudar Catalunya Religió i poder desgravar el donatiu.