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La parábola de los dos hijos del evangelio de Mateo (Mt 21,28-32) que leemos este domingo expone una situación, como lo hacen muchas parábolas, inspirada en la vida cotidiana: los que dicen y no hacen y los que refunfuñan, se quejan, dicen que no, pero después cumplen como el que más. Mateo, sin embargo, ha introducido la parábola en un contexto que le otorga un significado más profundo.
Tal y como están organizados los pasajes en su evangelio, podemos observar que Jesús ha hecho su entrada mesiánica en Jerusalén (21,1-11); acto seguido, tal como habían estipulado las esperanzas mesiánicas según las que el mesías tenía que hacer su entrada triunfal en el templo, Jesús ha ido al templo de Jerusalén y ha realizado el gesto profético de la expulsión de los vendedores (21,12-17 ). Tal como prevé el libro del Deuteronomio, todo profeta tiene que acreditar que sus palabras y su comportamiento provienen de Dios (Dt 18,18-22), es por eso que los grandes sacerdotes y los notables del pueblo exigen a Jesús la prueba que demuestre que su autoridad proviene de Dios. Jesús esquiva la trampa y, a continuación, les dirige dos parábolas, la primera es la de los dos hijos, la que leemos hoy. El mandato del padre nos hace pensar en la Ley, la Torá. La otra parábola es la de los labradores donde los sirvientes enviados son los profetas que el pueblo de Israel mató o ignoró. "Jerusalén, Jerusalén que matas a los profetas" dirá Jesús más adelante (23,37). Tenemos pues dos parábolas dirigidas a los grandes sacerdotes y notables que giran en torno a los dos grandes pilares de la Escritura hebrea del tiempo de Jesús, la Ley y los profetas.

¿Qué tipo de personas eran las que formaban parte de estos dos colectivos? Los sacerdotes eran la esencia de la aristocracia sacerdotal, no eran los sacerdotes que vivían con pocos recursos esparcidos por el país. Eran de ideas religiosas cerradas y conservadoras, interesados ​​sólo en la Torá, la ley y concretamente en el cumplimiento de los mandamientos, responsables del culto del templo del que eran los dueños y del que sacaban suculentos ganancias gracias a los sacrificios, las donaciones y el impuesto sobre el templo. Estaban bien relacionados con los romanos. Los notables del pueblo eran los miembros laicos que formaban parte del Sanedrín, jefes de las grandes familias de terratenientes poseedores de grandes fortunas y, evidentemente, los grandes negocios que giraban en torno al templo no les debían ser indiferentes. Unos y otros, pues, unidos por unos intereses económicos no podían tolerar que un alocado con pretensiones proféticas pusiera patas arriba sus ganancias y beneficios.

La negativa de Jesús a dar una señal está motivada por la incredulidad de los sacerdotes y los ancianos. Si no hicieron caso de Juan, como se creerán una señal?. De ello se queja Jesús y este es el sentido de la parábola. Los grandes sacerdotes eran del partido saduceo que daba autoridad sólo a la Torá, la ley y en particular a los mandamientos. Los sacerdotes y notables quedan tipificados en la parábola en el segundo hijo que dice sí (cumplimiento de los mandamientos) pero después no hace nada. Quienes tanto defienden los mandamientos son los primeros en incumplirlos. El comportamiento de los grandes sacerdotes y notables reproduce la historia de Israel que, aún habiendo recibido la Ley en el Sinaí, su historia fue una serie de incumplimientos. El profeta Jeremías lo decía así: "Yo enviaba cada día mis siervos los profetas, que decían: 'No hagais estas cosas abominables, que yo las detesto!" Pero ellos no los escucharon ni hicieron ningún caso; no se convirtieron de su maldad "(Jr 44,4). Israel tuvo tiempo para convertirse mientras hubo profetas y no lo hizo, sacerdotes y notables hacen igual, vino Juan y no le hicieron caso, han visto lo que ha hecho Jesús y tampoco; resultado quienes ellos consideran unos indeseables les quitaran el puesto.

Domingo 26 durante el año. 1 de Octubre de 2017

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