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En la litúrgica que precede la celebración eucarística del domingo de Ramos se lee el evangelio que narra la entrada de Jesús en Jerusalén (Mt 21,1-11). En el capítulo 20 (v.17) Jesús había manifestado el decidido propósito de ir a Jerusalén, aún sabiendo que su decisión conllevaría el rechazo de las autoridades y la muerte

La construcción del relato lleva a tener presentes las grandes entradas triunfales que los reyes y gobernadores organizaban con motivo de un triunfo militar o de la toma de posesión de una ciudad. Estos actos solían tener unas características comunes: el rey o gobernante hacía su aparición acompañado de tropas, de cautivos y de estandartes; paseo por la ciudad; la gente del pueblo lo aclama; aclamación con cánticos; las autoridades locales reciben el que llega y suele haber un discurso elogioso; termina con un acto en el templo donde se ofrece un sacrificio.

En la entrada de Jesús en Jerusalén hay alguno de estos elementos pero no todos. Se produce la llegada, el recorrido, la multitud que aclama, pero, curiosamente, el acto en el templo es transformado por el episodio del gesto mesiánico de Jesús presentándose en el templo y expulsando a los vendedores. No existe la recibida por parte de las autoridades locales, ni discursos, ni gestos de honor. Es lógico si tenemos en cuenta el enfrentamiento de Jesús con las autoridades religiosas que Mateo narrará posteriormente y la reacción de la ciudad de Jerusalén que se inquieta por la llegada de Jesús.

Los reyes o gobernantes hacían sus entradas montando un caballo de guerra o subidos a un carro triunfal. Soldados, prisioneros y estandartes eran usados ​​para exhibir la autoridad e intimidar y garantizar la sumisión. Jesús hace todo lo contrario, monta sobre una somera, tipo de animal con doble significado; por un lado recuerda la entrada del rey Salomón a Guijón, montado sobre la mula del rey David (1 Re 1,38), po otro lado, también es una animal de carga y usado para hacer trabajos pesados. Doble símbolo de realeza y de humildad. Jesús reinará y llega a Jerusalén para instaurar no un reino de opresión y dominio, sino un reino de sencillez y de humildad.

La cita del profeta Zacarías (9,9) aportada por Mateo ilustra esta idea. El profeta presenta a Dios como un rey victorioso que llega humildemente montado en un asno y que anunciará la paz a los pueblos. Jesús se presenta como el mesías humilde que, en contraste con la prepotencia de los poderosos, establecerá un reinado de paz caracterizado por estructuras justas y por la defensa de los pobres.

Le gentío juega un papel importante en el relato. Al igual que en las entradas triunfales, aquí juega un papel clave. De que serviría un desfile sin gente que se lo mirara o sin una concurrencia ante la que exhibirse ?. El gentío es el que profiere el cántico de alabanza: "Bendito el que viene en nombre del Señor", palabras que provienen del salmo 118 que era cantado por los peregrinos que subían a Jerusalén para asistir a las grandes fiestas. El salmo canta el triunfo de Dios sobre las naciones y la salvación y sostenimiento que Dios da a los justos ante el peligro, aunque este llegue a ser la muerte. Toda una premonición de lo que sucederá con Jesús. Él instaurará un reino de paz, alternativo al reino opresor de los romanos y, con la resurrección, recibirá la ayuda de Dios que salva de la muerte.

En la multitud que aclama se contraponen los habitantes de toda la ciudad de Jerusalén. La multitud que aclama Jesús sabe que es el Hijo de David (título marcadamente mesiánico). La ciudad no sabe quién es. Cuando los magos preguntaban a Herodes por un rey, éste y toda la ciudad se turbó (Mt 2,3). Ahora toda la ciudad turbará y apoyará a sus dirigentes, políticos y religiosos, y no aceptará a Jesús que se les presenta como rey de paz.

Domingo de Ramos. 5 de Abril de 2020

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