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El capítulo 24 del libro de Josué narra la alianza que, estimulada por Josué, tuvo lugar en Siquem. Allí, tanto los que hicieron la experiencia del Éxodo, como los que se añadieron al pueblo, como otros que ya se encontraban en el territorio de Canaán prometieron fidelidad total al Señor. De este capítulo leemos unos fragmentos en la primera lectura de este domingo (Js 24,1-2a. 15-17.18b).

La asamblea de Siquem pretende integrar al pueblo de Israel aquellos que no habían hecho la experiencia de la alianza del Sinaí. Todo el capítulo está empapado de la idea de pacto, alianza (en hebreo: Berit). Josué, sucesor de Moisés invita a los recién llegados a decidirse en favor del Señor y, en consecuencia, en contra los dioses de Mesopotamia y Egipto. No se dice nada de los dioses babilonios porque el texto arraiga en una tradición que no conoce la experiencia del exilio. La fuerza de la Torá que fue dada a Moisés debe continuar vigente a través de Josué.

El pacto / alianza de Siquem se inspira en los tratados de vasallaje frecuentes en el segundo milenio aC. Empezaban con un preámbulo donde se exponían los títulos del soberano (v.2). Seguía un apartado donde se describían los hechos que fundamentaban la obligatoriedad por parte de los vasallos de cumplir lo que determinaba el tratado (vv.2-13). En el caso del texto de Josué destacan los favores hacia los patriarcas, la liberación de la opresión egipcia, las victorias sobre los pueblos enemigos y el don de la tierra. Seguían las condiciones y cláusulas del contrato - el texto que leemos hoy corresponde a este apartado - y seguían la invocación de los dioses como testigos y las bendiciones o maldiciones para quien cumpla o no el pacto. Estos dos últimos apartados en el texto de Josué 24 quedan un tanto desdibujados.

Los dioses juegan narrativamente un papel importante. No son, como hemos dicho, los dioses de Babilonia, son los del otro lado del Eufrates y de Egipto, es decir, los dioses con quien tienen que enfrentarse los patriarcas, los dioses de los opresores egipcios y los de los pueblos enemigos con quien Israel ha luchado durante la travesía por el desierto. No hacen de testigos del pacto como en los tratados hititas. Más bien están en plan de alternancia respecto al Señor. No se dice aquí que sean nada de nada como dice el Segundo Isaías (41,24). Si fueran nada, la elección no tendría sentido, no sería seria. Sería estúpido optar por un competidor que de entrada no tiene ninguna posibilidad operativa. Lo que se le propone a Israel es que considere las obras que ha hecho el Señor y las compare con lo que puedan haber hecho los dioses. Las obras descritas son las que muestran la grandeza del Señor y su superioridad sobre los otros dioses.

Unos versículos más allá de la lectura que nos ocupa, Josué insta a Israel a ser testigo de la decisión tomada (v.21). En cualquier juicio serio un testigo puede ser cuestionado por un testigo rival. En un juicio serio ningún testigo que no sea cuestionado puede aspirar a defender la verdad con solidez. La obra del Señor toma fuerza cuando puede ser contrastada con la de los demás dioses. El testimonio y la decisión en favor del Señor tienen toda la seriedad del mundo porque se hacen con el pleno conocimiento de lealtades alternativas posibles que son rechazadas vigorosamente.

En Siquem es donde Jacob entierra las estatuas de los dioses (Gn 35,4). La decisión a favor del Señor exige depurar toda otro fidelidad y lealtad rivales.

A diferencia de la alianza del Sinaí aquí no hay altares ni sacrificios. Siquem es uno de los lugares religiosos, políticos importantes de Israel; es allí donde Israel emerge como una confederación de tribus muy diferentes que se unen no sólo por intereses militares, culturales o étnicos, sino por la aceptación de un mismo y único Dios.

Domingo 21 durante el año. 26 de Agosto de 2016

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