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El autor de la Primera carta de Pedro se vale de un sermón o de material usado en las celebraciones bautismales, ampliado con recomendaciones sobre el sufrimiento y una buena lista de obligaciones sobre comportamiento para la vida cristiana. El tono bautismal hace que dicho escrito sea adecuado para ser leído los domingos después de Pascua, como una catequesis para los que recientemente han recibido el bautismo. De esta carta leemos un fragmento (1 P 1,3-9) en la segunda lectura de este domingo.

La relación del texto con las celebraciones litúrgicas se nota con la frase "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo." La fórmula está inspirada en otras similares que se dan en la escritura hebrea. Empieza siempre diciendo "Bendito el Señor" seguido siempre de un apodo: el Dios altísimo (Gn 14,20), el Dios de Abraham (Gn 24,27), el Dios de nuestros padres (Esd 7,27) y la más abundante, el Dios de Israel (1Sa 25,32; 1 Re 1,48; 8,15; Sal 41,14; 72,18; 106,48; 1Cr 16,38; 2Cr 2,12; 6,24) . Este repaso permite ver que la antigua fórmula de bendición adquiere, en la 1ª carta de Pedro, una matiz marcadamente cristiano: el apodo procede de la manera que Jesús tenía de dirigirse a Dios llamándole Padre. La fórmula de bendición iba seguida siempre de la reseña de los rasgos que hacían Dios merecedor de la bendición, es decir, del agradecimiento y de la alabanza. En el texto que nos ocupa encontramos tres: Dios ha querido que tuviéramos esperanza (v.3), que poseyéramos la heredad (v.4) y que llegáramos a la salvación (v.5).

En la escritura hebrea, la heredad era materialmente la tierra de Israel (Nm 33,54; 34,2), pero la tierra está inexorablemente ligada al pueblo que la habita, la heredad será, pues, el pueblo de Israel (Dt 10,9; 12,12). Había una tribu, sin embargo, que no poseía territorio, la tribu de Leví, los levitas; para ellos la herencia era el Señor y así lo refleja la oración de algunos salmos: "Señor heredad mía y cáliz mío, tú me has elegido la posesión" (16,5 y similares 119,57 y 142,6) . El autor de la 1ª carta de Pedro se vale de este pensamiento según el cual el Señor es la posesión. Para el cristiano debe ser lo mismo, la heredad no debe ser una tierra, una heredad material, sino una heredad incorruptible, indestructible, inmarcesible que sólo se puede encontrar en el cielo.

En el pensamiento del judaísmo más antiguo, Dios recompensaba siempre con la prosperidad material de la que se disfrutaba durante la existencia terrenal. Basta con pensar en las recompensas otorgadas a Job descritas en el epílogo del libro (42,10-17) o en las promesas de prosperidad para los que cumplan la ley proclamadas por Deuteronomio (28,1-14). Será el pensamiento apocalíptico que, como resultado de las persecuciones, le resulte imposible imaginar un premio en esta vida y abra el camino para pensar que la recompensa se dará en una existencia fuera de este mundo. Así el "sheol" (lugar de la estancia de los muertos) se dividirá en un "sheol" para los buenos y otro para los malos. La parábola de Lucas del pobre Lázaro (16,19-31) lo ilustra bien. Lázaro ha ido a parar a un "sheol" para los buenos. El camino queda despejado, a partir de ahí no es difícil pensar en un cielo como morada por los buenos, justa recompensa para quienes ha permanecido fieles a pesar de la persecución.

La primera carta de Pedro, escrita en un contexto de persecución, no puede pensar en premios en esta vida. Por eso la heredad está preparada en el cielo y se disfrutará en un futuro. Las pruebas y persecuciones pueden hacer desfallecer la fe; ellas actuarán como un fuego purificador. Ligado a ello, se insiste en la esperanza, necesaria para salir airoso de las pruebas e ineludible para esperar la revelación de la salvación al final de los tiempos. La actitud durante la espera no debe ser la de un pesimismo conformista y pasivo o un frío escepticismo, como algunas escuelas de pensamiento griego proponían, sino la de una gran alegría.

Domingo 2º de Pascua 23 de Abril de 2017.

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