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La visión de los huesos es un pasaje del libro de Ezequiel (37.1-14) del que leemos un fragmento en la primera lectura de este domingo. Este pasaje se inserta en el conjunto de una unidad literaria formada por los capítulos 33-37, donde se encuentran los oráculos de esperanza y consolación propios de la segunda etapa de la predicación del profeta. La lectura litúrgica recoge sólo los versículos de la parte final, seguramente añadida, que interpreta la visión (vv.12-14). Es recomendable leer la totalidad de la visión.
Ezequiel es un profeta que predica entre los deportados a Babilonia. La situación de desesperación es total. Los huesos quemados y esparcidos por el suelo y completamente secos hacen pensar en un campo de batalla después de una feroz destrucción. Representa la destrucción total de Israel realizada por Nabucodonosor, rey de Babilonia. Ezequiel, en la primera parte de la visión, profetiza que el Señor hará crecer de nuevo carne sobre estos huesos; les infundirá espíritu y revivirán. Carne y espíritu, dos realidades que se encuentran en el pasaje de la creación del hombre y la mujer (Gn 2), todo para indicar que el retorno que se producirá será como una nueva creación operada sobre este pueblo que se autoconsidera muerto .
Dios tiene motivos para actuar. Fijémonos que se dirige al deportados diciéndoles: Pueblo mío (v.13). Israel es el pueblo elegido; así lo dice el libro del Deuteronomio: "Tú eres un pueblo consagrado al Señor, tu dios. El Señor te ha escogido de entre los pueblos de la tierra para que seas su heredad" (14,2). Dios no puede dejar abandonado su pueblo. Así también lo veía el profeta Isaías ante la queja del pueblo que se sentía abandonado: "Puede olvidarse una mujer a su niño? ... pero aunque ella se olvide, yo te olvidaré" (Is 49,14 -16).

En la parte interpretativa que leemos hoy, no se habla de huesos sino de sepulcros (vv.12 y 13). Seguramente basado en el deseo de Jacob de ser enterrado en Macpelá (Gn 49,29), se consideraba una desgracia ser enterrado fuera de la tierra de Israel, por eso el texto insiste dos veces en el hecho de volver a la tierra de Israel (vv 12 y 14). Una tierra de sepulcros es una tierra de muerte. Los sepulcros de Babilonia son una imagen de la muerte que, como pueblo, representa el exilio y del oprobio que representaba ser enterrado fuera de la tierra prometida. También Egipto es tierra de sepulcros: "No había tumbas en Egipto que nos hayas llevado a morir en el desierto?" se quejarán se israelitas a Moisés (Ex 14,11). En la expresión "haré salir", encontramos el verbo hebreo "ala", que significa levantar, hacer subir. Es el mismo verbo que en el libro del Éxodo se usa para anunciar la liberación de Israel de Egipto: "por eso he bajado a liberarlo del poder de los Egipcios" (3,8) y sorprendentemente es el mismo verbo que se usa cuando el profeta dice que Dios hará crecer o dará tendones a los huesos (37,6). Hay un símil por tanto entre Babilonia y Egipto, ambos son lugares de muerte donde Israel vivió, fuera de su amada tierra, sometido y esclavizado, bajo la opresión de una nación poderosa. Tanto de un lugar como de otro, sin embargo, Israel será liberado.

Del mismo modo que los tendones se pondrán sobre los huesos, el Espíritu de Dios se pondrá sobre los exiliados en Babilonia. es el Espíritu presente en los primeros momentos de la creación (Gn 1,3), el que vivifica el barro con que Dios crea al hombre (Gn 2,7), el que, tal como dice el salmo 140 hace renacer la creación y renueva la faz de la tierra. Del mismo modo que los israelitas supieron quién era el Señor cuando los sacó de Egipto, los exiliados sabrán quién es el Señor cuando los devuelva de Babilonia a la tierra de Israel. Saber que designa no meramente un conocimiento intelectual, sino una actitud hacia Dios que acompaña un comportamiento práctico; en este sentido saber es "interesarse por", por quién? por aquel que convierte la muerte en vida.

Domingo 5º de Cuaresma. 5 de Abril de 2017

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