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Un reducido fragmento del Evangelio de Juan (3,16-18), que forma parte de lo que se conoce como el discurso a Nicodemo (1-21), leemos en el Evangelio de hoy, fiesta dedicada a la Trinidad de Dios. La elección de este texto responde a que, en el conjunto de todo el discurso, se habla del Padre, del Hijo y del Espíritu. En el texto litúrgico, sin embargo, sólo se habla del Padre y del Hijo.
Poco se puede saber de Nicodemo, sólo que era fariseo y dirigente de los judíos. Sólo aparece en el evangelio de Juan y, además de este pasaje, en otros dos más 7,50 y 19,39, el que lo ha hecho famoso por su presencia en el momento del entierro de Jesús. No se dice nada de la finalidad de su visita, ni tampoco de su resultado, es decir, del efecto que hayan podido producir en su interior las palabras de Jesús. Parece, más bien, un personaje puesto como interlocutor, a fin de que con sus preguntas se vaya desarrollando progresivamente el discurso, que muestra que Jesús es el revelador del Padre. Lo poco que se dice de Nicodemo hace pensar en un personaje más simbólico que histórico; si es así, representa la sinagoga que ha entrado en confrontación con la comunidad receptora del evangelio de Juan y que ha sido incapaz de entender y aceptar el mensaje de Jesús. Para los judíos de la sinagoga, la Ley de Moisés era la portadora de vida; ahora, sin embargo, es por Jesús por quien llega la vida. Este es el gran cambio. Todos los conocimientos que Nicodemo tiene del Antiguo Testamento no le sirven para aceptarlo.
"Dios ha amado tanto al mundo que nos dio a su hijo único". Vale la pena relacionar esta frase con una del profeta Oseas: "Dice el Señor: Cuando Israel era niño le amé, de Egipto llamé a mi hijo" (11,1). Dios amó a Israel como un hijo y, en virtud de este amor, lo liberó de la opresión de Egipto. El amor de Dios por el pueblo de Israel se ha ampliado, ahora es amor a todo el mundo y el don, producido por este amor ha cambiado, adquiriendo una calidad extraordinaria: ya no es la liberación de Egipto, sino el don de Jesús, su propio Hijo.
Dentro del pequeño fragmento litúrgico tiene un papel importante el término "condena". Va ligado a la idea de juicio. Al hablar de juicio el primer pensamiento es el juicio a las naciones, que debía tener lugar a finales de los tiempos (Jl 4,1 s). Llegaria acompañado de fenómenos terroríficos y espectaculares. Era el consuelo que quedaba después de las vejaciones y opresiones que había soportado Israel, a lo largo de la historia. Al final de los tiempos se cambiarían los papeles y las naciones opresoras de Israel recibirían su castigo. Pronto el juicio se convirtió en el evento que determinaba el castigo para los malos y salvación para los buenos, de tal manera que juicio y salvación van a menudo al par. La literatura apocalíptica ayudó a difundir este pensamiento y en los sinópticos quedan huellas (Mt 13,24-30; 24,30 s; 25,31-46).
La condena - juicio de que se habla aquí se desmarca de este contexto. Desaparece la teatralidad de los fenómenos espectaculares y la ubicación al final de los tiempos. Los procesados ​​no son las naciones de la tierra, sino la individualidad de la persona que acepta o rechaza Jesús. No se juzga el cumplimiento de unas prescripciones éticas y no hay un pronunciamiento externo de la sentencia, esta se ejecuta-podríamos decir de un modo automático-en el mismo momento que se produce la decisión del rechazo a Jesús, porque la aceptación de la enseñanza de Jesús es lo que resulta determinante: "Los que oyen mi palabra y creen en el que me ha enviado, tienen vida eterna y en el juicio no serán condenados porque ya han pasado de la muerte a la vida "(5,24).
La interiorización del juicio no le quita gravedad ni seriedad. El afán de salir indemne puede ser una gran preocupación; esta puede dejar de serlo, puede desaparecer cuando se acepta y se cree que Jesús es el enviado de Dios.
Festividad de la Santísima Trinidad. 15 de Junio ​​de 2014

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