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Los evangelios de los últimos y primeros domingos de cada año litúrgico tienen en común, de una manera o de otra, tratar el tema de la parusía, término técnico que define la segunda venida de Jesús. Estos domingos, a modo de corchete, quieren recordar que toda la vida cristiana ha de vivir en la espera despierta de esta nueva venida del Señor. En consonancia con ello, en el evangelio de este primer domingo de adviento del nuevo ciclo A que empezamos, se lee un fragmento (Mt 24,37-44) del quinto de los discursos presentes en el evangelio de Mateo (Mt 24 -26), conocido como el discurso escatológico (escatología es lo que hace referencia al fin).

A fin de incentivar la actitud de vigilancia y alerta, Mateo pone en boca de Jesús una enseñanza, que insiste en el factor sorpresa. A fin de obteer este objetivo hecha mano de una tradición, que ilustraba la necesidad de estar alerta con dos ejemplos extraídos del Antiguo Testamento: el episodio del diluvio y la destrucción de Sodoma. Lucas (17,26-30) se vale de esta tradición y mantiene los dos ejemplos. Mateo prescinde del segundo y se queda con la referencia a los tiempos de Noé. El texto de Génesis (6,5-10) explica que Dios decide, con el diluvio, hacer desaparecer la tierra por causa de la malicia de los hombres. Mateo se desvía del texto y se imagina el comportamiento de los hombres y mujeres antes del diluvio. Un comportamiento aparentemente normal: comen, beben y se casan. Eso sí, parece que sin estar demasiado preocupados por sus relaciones con Dios. Mateo quiere acentuar que la venida de Jesús ocurrirá como una gran sorpresa dentro un aparente clima de normalidad. Quiere acentuar la ignorancia sobre lo que se avecina y la exagerada despreocupación.

Poner en relación la segunda venida de Jesús con los tiempos de Noé i el diluvio implica presentar este evento como una gran catástrofe, como lo fue el diluvio, pero también hay que decir que, si después del diluvio surgió una nueva creación, la segunda venida de Jesús comportará el advenimiento de un mundo nuevo, un nuevo eón.

La parte de este texto que puede presentar más dificultad es la mención de los dos hombres, que trabajan en el campo o las dos mujeres moliendo. (vv.40 -42). Trabajar en el campo, moler, dos tareas muy cotidianas. Coincide en la aparente clima de normalidad, que se describe previo al diluvio. Familias o personas de una misma condición, haciendo un mismo trabajo puede que sean divididas, no todo el mundo correrá la misma suerte. El nudo de la dificultad radica en el sentido que debe darse a los términos "tomado" y "dejado". Provienen de los verbos griegos paralambano y afiemi respectivamente, el primero puede traducirse por: recibir, atraer hacia si, tomar consigo, aceptar, el segundo: hechar fuera, abandonar, rechazar, rehusar. La forma pasiva, en la que el sujeto activo permanece indeterminado, indica que el sujeto es Dios. Es un procedimiento muy usado en la Escritura, sobre todo judía, para evitar escribir y pronunciar el nombre de Dios. Así el que toma o deja es Dios. Él se llevará consigo a quienes le han sido fieles y dejará, nunca mejor dicho, abandonados de la mano de Dios los que no le han sido fieles. El sentido de llevarse o tomar con va ligado también a la idea de rapto, muy apropiada en un lenguaje de estilo apocalíptico, usado cuando se trata de hablar de las cosas futuras.

Del conjunto de toda la lectura litúrgica se pueden deducir cuatro enunciados: Que Jesús volverá, que su venida será segura y sorprendente, que determinará quienes le han sido fieles y los que no y que, ante tal panorama, más vale estar preparados y velar.

Domingo 1º de Adviento
1 de Diciembre 2013

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