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En el capítulo 4º del evangelio de Juan se pueden distinguir tres partes: el diálogo de Jesús con la samaritana (vv. 1-30 y 39-42); el pequeño discurso dirigido a los discípulos (vv. 30-36) y la curación del hijo del funcionario real (vv. 43-54). En el evangelio de hoy leemos las dos primeras partes (Jn 4,1-42).

El discurso de los discípulos va introduciéndose con las menciones de los discípulos en el transcurso del diálogo con la mujer (vv.8 y 27). El tema estrella es la misión, descrita aquí con el símil de la cosecha: "os he enviado a segar" (v.38). Jesús envía a los discípulos y estas palabras están puestas dentro del diálogo con la samaritana y la curación del hijo del funcionario. La mujer representa el colectivo de los samaritanos y el hijo del funcionario los paganos. Son dos colectivos a quien las comunidades representadas por los discípulos deberán llevar el mensaje de Jesús. Aunque otros trabajaron (v.38), es la asignatura pendiente que está por hacer y es necesario que se haga y se acabe, por eso dice el texto que Jesús tenía que atravesar Samaria (v.4).

El diálogo con la mujer samaritana gira en torno a tres temas: el agua como don de vida (vv. 7-18); el lugar de culto (vv. 19-24.29); la persona de Jesús (vv. 25-26). Detrás de los tres temas se esconde la rivalidad entre Judíos y samaritanos. La mujer esgrime la grandeza de Jacob, el patriarca venerado y amado por las tribus del norte. Lo que Abraham es para los judíos (Jn 8,33.39), Jacob lo es para los samaritanos. El don de Jacob se refiere a una leyenda rabínica según la cual del pozo dado por Jacob, subía una tal cantidad de agua que desbordaba por su abundancia. La samaritana deberá cambiar el agua de Jacob por el agua de Jesús.

Los samaritanos apartados de las obras del templo de Jerusalén (Esd 4,1-5) por los dirigentes de la comunidad postexílica y junto con otros rebeldes a la legislación implantada por Esdras que prohibía los matrimonios con extranjeros edificaron sobre la montaña de Garizín (situada cerca de Sicar, lugar donde ocurre el diálogo) un templo rival en el de Jerusalén. En tiempos de Jesús ya no existía como tal, en el año 128 aC. Juan Hircano lo había destruido. La añoranza de la samaritana por Garizín nos la muestra cerrada en sus tradiciones.

Cuando la samaritana habla del mesías seguramente tiene en mente el mesías que esperaban los samaritanos, llamado Ta 'eb que, según su tradición, debía explicar los secretos desconocidos hasta entonces. La samaritana culmina un proceso creyente que de considerar a Jesús un judío (v.9), pasa a considerarlo un profeta (v.19) y termina reconociéndolo mesías (v.25), aunque en el texto no hay una confesión al estilo de Marta, hermana de Lázaro (Jn 11,27).

Lo que hace la samaritana es abandonar la jarra, es decir, deja atrás su pasado, sus maridos, se deshace de las tradiciones de los samaritanos; se va al pueblo a decir a la gente que ha encontrado a Jesús, tal como Felipe va a encontrar a Natanael (Jn 1,14). Es el trabajo misionero que deben hacer las comunidades cristianas y que Jesús pide que hagan los discípulos. La samaritana es un contrapunto al escepticismo de Nicodemo, ella cree y entiende lo que los discípulos, preocupados sólo por la comida, ni entienden ni creen.

Jesús supera la rivalidad existente entre judíos y samaritanos. Ni Jacob ni Abraham, ni en Jerusalén ni en Garizín. En la superación de los antagonismos Jesús rehace la unidad de un Israel roto. En las propuestas de Jesús hay un ofrecimiento universal más allá del territorio de Israel. "Todo el que beba" "quienes adoran". Lo que promete Jesús se universaliza y no se queda limitado a la samaritana sino que se ofrece a todos más allá de personas, de lugares y de tiempo.

Domingo 3º de Cuaresma. 19 de Marzo de 2017

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