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El libro del Levítico se encuentra en el corazón de la Ley judía, la Torá, los cinco libros que en nuestras Biblias reciben el nombre de Pentateuco. A pesar de su relevancia, la liturgia de los domingos y festivos sólo lee dos veces textos de este libro; una de ellas lo hace hoy proponiendo la lectura de Lv 13,1-2.45-46. Vale la pena hablar sobre este libro.
En un tiempo en que la vida cristiana tiene mayor aceptación el compromiso ético, la sensibilidad hacia los desfavorecidos y la práctica de la ayuda a los demás, es normal que los actos rituales o de culto religioso queden relegados en un segundo plano. Eso conlleva que el libro del Levítico, que contiene un conjunto de leyes, que ya no se practican y que no nos afectan, no despierte encendidos entusiasmos. Si a esto añadimos que el comportamiento y la predicación de Jesús muestran un claro enfrentamiento a la práctica de estas normas, se incrementa aún más el poco interés que despierta la lectura de este libro.
Aplicando los criterios de la estructura quiàstica, según la cual lo más importante se halla en el centro, vemos el Levítico colocado en el centro de la Torá, precedido de Génesis y Éxodo y seguido de Números y Deuteronomio. Esto da al libro una categoría desapercibida. Precisando, el Levítico no hace otra cosa que desplegar el contenido de la revelación de Dios hecha en el Sinaí, mencionada en Éxodo (Ex 19). Allí Dios da a Moisés la Ley. Esta se explicita en los grandes códices legislativos que se encuentran en el Pentateuco: código de la alianza (Ex 20,22-23,19), código deuteronomista (Dt 12-26) y los dos que se encuentran en el libro del Levítico: el código de santidad (cc. 17-26), característico por la repetición reiterada: "sed santos porque yo soy santo" y el sacerdotal (cc. 1-16), que incluye tres bloques que dan normas para el ritual de los sacrificios (1 -7), los sacerdotes (8-10) y las que hacen referencia al puro y al impuro (11-16). es en este bloque donde se encuentra el texto de nuestra lectura.
La lepra representaba entrar en una situación que iba más allá de la simple enfermedad. Evidentemente que el aislamiento del leproso prevenía de posibles contagios, pero hay que recordar que la mentalidad que sostiene este texto del Levítico entiende que la enfermedad es consecuencia del pecado (2Re 5,27) y este es equivalente al estado de impureza que impide toda posibilidad de alabanza a Dios en la asamblea que celebra el culto. Incapacitado para la alabanza, el leproso ha entrado en un estado de muerte: la entrada al desierto, la cabellera desatada y los vestidos rasgados pertenecen al lenguaje de la muerte (Lv 10,6). En el desierto al que se lleva el chivo expiatorio cargado con las culpas del pueblo de Israel (Lv 16,22), morirá la culpa. Ninguno de los hijos de Israel que salió de Egipto entró en la tierra prometida, murieron en el desierto (Nm 14,22). Superado un ritual complicadísimo y con un coste económico elevadísimo el leproso podrá ser reintegrado a la alabanza de la comunidad de culto.
Cuando el ámbito de lo sagrado no tiene nada que aportar a la vida normal de cada día, difícilmente será comprendida la teología del Levítico. La santidad de Dios es afirmada repetidamente a lo largo del libro. En la santidad de Dios el ser humano tiene que hacer el esfuerzo de responder con la santidad de su vida expresada simbólicamente con la imagen de la pureza ritual que se adquiere o se recupera, en caso de haberla perdido, a través de los rituales prescritos. La santidad capacita al ser humano para la correcta relación con Dios. Queda transformado en aceptar la santidad de Dios que se le manifiesta como don de vida contrario a toda muerte.

Domingo 6º durante el año. 15 de Febrero de 2015

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