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Los diálogos de Job con sus amigos llenan la mayor parte del libro, que lleva su nombre. Elifaz, Bildad y Sofar toman la palabra tres veces y a cada una de sus intervenciones le sigue una respuesta de Job. El texto de la primera lectura de este domingo (Jb 7,1-4.6-7) pertenece a la respuesta de Job a la intervención de Elifaz. Cabe decir que, tanto los argumentos de los amigos, como las respuestas de Job no se estructuran de una manera exacta y bien delimitada; esto no significa, sin embargo, que no se puedan establecer nexos entre los argumentos de los amigos y las respuestas de Job.
"Recuerda Dios mío que mi vida es un soplo" (v.7a) Estas palabras son las primeras de unos versículos que siguen a la lectura litúrgica donde Job expresa el deseo de morir. ¿Por qué quiere morir ?. Job, hombre justo, se ha visto inmerso en todo tipo de infortunios y no sabe el por qué. "Mis ojos no esperan ver más la felicidad" (v.7b). Si una vida honrada no ha sido capaz de proporcionarle la felicidad, más vale morir. La muerte pondrá fin a un sufrimiento, que ha llegado al extremo de agobiarle las noches sin dormir y acabará con la situación de sufrimiento derivada de la incomprensión de lo que le pasa y del silencio de Dios.
Elifaz ha recomendado a Job: "Yo de ti acudiría a Dios y pondría en sus manos mi causa. Él hace cosas grandes, inalcanzables, maravillas que ni se pueden contar" (5,8s) y en 5,18-26 se exponen las bondades de Dios a quien confía en él y le suplica poniendo en sus manos lo que le pasa. Elifaz parte de la teología tradicional, según la cual los males y las desgracias son la consecuencia del pecado. Si a Job le han llovido desgracias, algo habrá hecho. "Los que labran malicia y siembran perfidia las recogen ellos mismos" (4,8) dirá Elifaz. Por eso lo más sensato, según éste, es reconocer el pecado y dirigirse a Dios confiando en su bondad. Pero al querer aplicar esta doctrina en el caso de Job surge un problema y es que Job, según él, no ha hecho nada malo: "Job no pecó diciendo ninguna palabra de revuelta contra Dios" (1,22); en todo caso está dispuesto a admitir su situación cuando se le diga cuál es el mal o el pecado que está en el origen de su desgracia: "Esclaréceme las cosas y callaré. Si he fallado, muéstrame en qué "(6,24).
Los argumentos de la erudita teología tradicional, elaborada al margen de la realidad de la vida, se hunden. El silencio de Dios parece dar la razón a los "amigos" o enemigos de Job. En la soledad producida por la hacienda perdida, los hijos muertos, una mujer y unos amigos que no lo entienden, un Dios que se hace escurridizo, sólo queda espacio para una sensación de fracaso total, que explica el deseo de la muerte. Compara la vida con la jornada de un esclavo (término donde resuena el clamor de Israel esclavizado en Egipto), que espera que pase rápido otra jornada más de una vida sometida al capricho de los demás. Ve la inutilidad de la vida, se siente apresado en el desaliento. La vida se ha vuelto en un sin sentido y ante ello es preferible la muerte que mantenerse en una existencia que no entiende y le hace sufrir. En el tiempo que se escribe el libro de Job no se habla todavía de una vida en el más allá, ni se contempla la posibilidad de la resurrección. A pesar de sus palabras, que parecen blasfemia, Job ha hablado bien, dirá Dios al final del libro, porque Job se convierte en portavoz de todos los que sufren el drama del choque entre la conciencia de inocencia y la realidad del sufrimiento.

Domingo 5º del tiempo ordinario 8 de Febrero de 2015

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