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A continuación os adjuntamos el artículo del psicoanalista Jaime Patuel sobre el Concilio Vaticano II.

LA LIBERTAD DE CONCIENCIA.

HACE CINCUENTA AÑOS: 11. Octubre 1962. EL CONCILIO VATICANO II.

El 11 de octubre de 1962 tuvo lugar en el ámbito de la iglesia Católica un evento cuyo Espíritu todavía sopla y por tanto se mantiene totalmente presente; continúa y empuja hacia adelante a pesar de los pesares de la Curia Romana y de los malos agüeros profetizados por las autoridades correspondientes a los pontificados posteriores. Escribo este texto siendo muy consciente de que este artículo puede chocar con la mentalidad de muchos lectores. Sin embargo sólo quiero, y esta es mi intención, comentar un hecho histórico que aún gravita en nuestros interiores y que ha abierto nuevos horizontes para la Humanidad, no sólo a las Iglesias. Todo lo que es humano está en el Pueblo de Dios, le pertenece porque le es propio. Pero no todo lo que está en la Institución, dogmática, de este Pueblo es humano. Y en este caso, el Vaticano II, su espíritu que es el del Pueblo de Dios, no solo está en lo humano sino que es humano.

Me voy a entretener en tres aspectos que personalmente extraigo de este evento. Un evento que hace ya cincuenta años vivimos, y que implicó e implica todavía, a muchas personas. El primer punto es recordar como a través de las pantallas de televisión vivíamos, y todavía hoy en día rememoramos, las ceremonias de apertura de las diferentes sesiones conciliares. Recuerdo y así lo comentaba a mis alumnos, que los Evangelios eran entronizados solemnemente y que presidían el aula conciliar. Punto de referencia ineludible. Y como ello continúa siendo válido en pleno siglo XXI. El Evangelio, este libro de la Buena Nueva o Nuevo Anuncio de liberación profunda en el ser humano, está por encima de cualquier dogma o enseñanza como de la autoridad. Es decir, todo cuanto vaya en contra del ser humano no está escrito en este libro y si la Institución se siente criticada desde las páginas del Evangelio, el fallo no es del libro sino de la Institución.

Y así se vive hoy en día a lo largo y ancho del globo. Una cosa es el servicio eclesial y otro la función eclesiástica. El evangelio, entronizado en cada sesión conciliar, es símbolo de servicio eclesial. En cambio, tanto el catecismo como el derecho canónico, frutos posteriores y forzados del concilio, son los nuevos puntos de referencia de la Institución. Lo son en tanto que ejercen una función eclesiástica. Piénsese en el caso de la religiosa norteamericana, Margaret Farley, profesora emérita de la universidad, con un curriculum de cincuenta años de profesora de ética, y al publicar su libro de ética sexual, de facto ha sido prohibido. El criterio de discernimiento y cuyos puntos de referencia para la crítica de la Curia son el Catecismo y el derecho canónico, pero no así el Evangelio. El Evangelio o la Buena Nueva es universal y válida para todos los hombres y mujeres: Líneas o indicaciones para la búsqueda de la libertad y de la verdad en el interior de todo ser humano. El anuncio o la Buena Nueva están dentro de este mismo ser como deidad última y conciencia plena de ello, si se trabaja y se busca dentro de uno mismo, de nosotros y de los cambios sociales. Por lo tanto, el Evangelio es un libro de sabiduría perenne. Una auténtica sofialogía.

El segundo punto lo basaré en un documento conciliar, Dignitatis humanae (de la dignidad del ser humano). Ciertamente no es el único documento conciliar sobre la conciencia de libertad. En este texto que versa básicamente sobre la libertad religiosa, se dice que la primacía y el valor supremo es la libre dignidad de todo ser humano, por encima de todo, incluso de la propia vida biológica, libertad en definitiva para decidir y escoger qué hacer con nuestra vida religiosamente. El ser humano debe saber centrarse en este cosmos. Cualquier norma, ley o indicación que no dignifique al ser humano o que lo descentre de su propio lugar, o lo quiera usar o manipular en beneficio de otra realidad -manipulada por otro ser humano- afecta a lo que es el mismo centro del ser humano: atacando su libertad de consciencia. La dignidad de todo ser humano se basa en su propia consciencia de libertad interior. Libertad sobre la que debe trabajar, también reflexionar y por último actuar. No en vano Juan XXIII en su encíclica del 1963, Pacem in terris recuerda que «es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29) y que la primacía de la conciencia es antes que la ley. Cada uno debe dar razón de sus actos a su conciencia, a Dios. Principio que ha sido cuestionado, pero cuyo cuodlibeto no progresó. La obediencia al papa no es el último criterio de verdad. Ante todo es la propia consciencia de todo ser humano.

El tercer punto que me va a permitir profundizar en este aspecto es recordar que el Vaticano II no estuvo a la altura más alta, puesto que era limitado por los propios límites de los padres conciliares, todos ellos fruto de sus tiempos, como cualquier ser humano. No obstante hubo algunos padres conciliares que sí dieron muestras de tener miras muy abiertas. Entre ellos el obispo mexicano Sergio Arceo Méndez, junto con su perito conciliar el Padre Grégoire Lemercier, abab del monasterio benedictino de Cuernavaca. Así él se expresaba: “No me explico el silencio del Esquema XIII acerca del psicoanálisis [...] no podemos ignorar la revolución psicoanalítica, la cual no es menor que la revolución técnica. El discurso psicoanalítico forma parte de la cultura humana, implica una renovación del concepto de hombre y suscita problemas sobre los que no se tenía hasta ahora la menor idea, [...]. No faltan católicos que acarician la ilusión de un psicoanálisis cristiano o católico cuando la realidad es que la verdadera ciencia no es cristiana ni no cristiana”. No hubo resonancia en la aula conciliar. Era aún fruto verde. Si bien era cierto que había un ambiente contra el psicoanálisis en la curia, incluso bajo pena de pecado si uno se analizaba; por otra parte, también se encontraban mentes claras, entre ellas destacaban tanto la jesuítica como la dominicana, las cuales ya defendían esta psicología profunda en vida de Freud y Jung. También en cinco lugares, en documentos diversos, apelan a las ciencias humanas actuales y entre ellas a la psicología.

Han pasado los años y este transcurrir no ha sido en vano. La psicología profunda ha entrado en la mente de muchos teólogos, aunque no demasiados, como también en documentos pontificios como el de la Pontificia Comisión Bíblica; La interpretación de la Biblia en la Iglesia, del pasado 15 de abril de 1993 donde se contempla como medio exegético el psicoanálisis. Antes de llegar a esta aceptación han caído y continúan aún cayendo cabezas por seguir la libertad de espíritu de la Buena Nueva junto con el espíritu del Concilio Vaticano II: pensar por uno mismo inspirado por la dinámica espiritual de los textos sagrados y no del catecismo o del derecho canónico, carceleros del propio evangelio, o cuando menos de su propia prisión. La psicología profunda tiene un campo abierto en el mundo de la religiosidad, no de las creencias. El mundo interior de todo ser humano debe poder expresarse en diferentes lenguas. Y la psicología de las profundidades tiene su propia lengua para responder de forma más adecuada a las demandas existenciales de nuestro siglo.

Juan XXIII abrió y están aún abiertas todas las ventanas para respirar un aire fresco, no contaminado. Ello se vive, se constata y se contagia todavía hoy en día, a partir de las comunidades de base, además, sin olvidarnos, y es muy importante, por todo ser humano llevado por su auténtica buena voluntad y búsqueda de libertad interior, de la cual emerge una Ética Humana donde el centro es el Ser Humano, expresión y manifestación de la Divinidad de la Ultimidad, y en último término, del AMOR- Lo cual requiere lugares de silencio para la transformación interior y la transmisión de valores esénciales para nuestro siglo XXI, en plena crisis, cuya matriz es la falta de libertad interior verdadera o de libertad de consciencia.

http://lacomunidad.elpais.com/jaumepatuel

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