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Por Ramon Bassas .
A veces vamos tan perdidos en esta cueva que necesitamos la linterna de la razón, quizás para comprobar que ya habíamos pasado por aquí. Es la agradable sensación que tengo cuando leo a alguien que me explica qué significa para él ser cristiano. Casi sólo me interesa eso de la 'teología': cuál es el impacto que ha tenido Jesús en ti para que, en un mundo como el que compartimos, decidas llamarte de los suyos.

Dos cosas recientes me han hecho pensar. Una, el artículo que publicaba el domingo el diario Ara del gran Gregorio Luri, a quien los lectores de este blog ya deben encontrar pesado porque cito siempre. Pido un último esfuerzo que compensa enseguida. Luri parte del pasaje evangélico citado en Juan 8, 1-11 en el que Jesús salva a una mujer adúltera de ser apedreada. Contrapone el papel determinante de las leyes, en el caso judío y musulmán, a la "anarquía" cristiana que no mira al ser humano como un hecho objetivo sino como a aquel que es objeto y sujeto del amor de Dios, según el propio Juan (1 Juan 4, 16). "El cristiano que quiere afirmar su fe más que obedecer una ley debe imitar a Dios mediante el gozo del amor incondicional al prójimo", dice el filósofo de el Masnou. Y sigue así:

"Obviamente, sólo se puede ser un cristiano honesto aprendiendo a convivir con la experiencia del fracaso frente a este proyecto hiperbólico. No se puede estar a la altura del modelo, pero para ser cristiano no se puede renunciar al reto de observar el mundo desde abajo, que es la posición que permite entender el sufrimiento y la vergüenza del otro y, de esta manera, lo singulariza ante dedo uniformizador de la ley. El dolor es invisible para la ley. En este sentido, la escena evangélica muestra la diferencia radical entre la mirada política y la mirada cristiana. En mi opinión hay aquí dos maneras diferentes de interpretar el precepto bíblico que instituye al hombre como guardián de su hermano. La mirada de Cristo no se dirige al "hombre", sino a una mujer concreta en una situación concreta. No es una mirada legal, sino amorosa y, por eso mismo, sensible a su dolor y a su vergüenza. El amor es más clarividente que cualquier imperativo, legal o ético, porque es capaz de transformar la experiencia solitaria del dolor en experiencia solidaria de reconocimiento".

El otro hecho que me ha hecho pensar es la reciente temportada del programa 'El Convidat', conducido por Albert Om en TV3. No la he visto toda, pero sí cuatro o cinco epidodis. Como sabéis, el programa se centra en fragmentos de una larga entrevista realizada en el hábitat de un personaje con el que el presentador convive un fin de semana. Ya comenté el episodio dedicado a Teresa Forcades, que me pareció un hito importante en cuanto al testimonio cristiano en los medios de nuestro país. Me ha hecho pensar mucho sobre el hecho de ser cristiano cuando algunos de los protagonistas, como es obvio, van a misa el domingo o, en todo caso, se condideren creyentes. El presentador (y quizá todo el equipo, la religión es la gran ausente de las redacciones) parece verlo como algo extraño, anticuado (¿no os han dicho nunca si "todavía" váis a misa?) o de personas que lo deben tener todo muy claro. Eso y que la gente hable en castellano en casa son dos elementos que el "star-system" de nuestra televisión nacional ignora, según se ha visto en este programa. Bueno, no sólo la normalidad del hecho religioso ha sido la respuesta a esa cara interrogativa y expectante, o escéptica, lo han sido también algunas respuestas que reconocen sus limitaciones (los creyentes no tenemos las cosas más claras que los demás) pero que expresan una vida más profunda que lo que se acostumbra a ver en la televisión, y lo hacen desde la experiencia personal, individual, la misma que Luri cita y a la que Jesús se dirige. Y es lo que más me ha gustado de este programa.

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Fotos: Pieter van Lint, Cristo y la mujer adúltera (s.XVII), y Albert Om en casa de Pilarín Bayés.
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