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Mucha tinta ha corrido estas últimas semanas a causa del juicio a Lluís Corominas, conocido como el “Caso Tous”. Un caso, que por otra parte conozco de cerca, y que más allá de la relación personal con Lluís Corominas, me obliga en conciencia a una reflexión personal, incluso desde la fe, porque no todos entendieron que asumiera como propia su defensa, y otros tantos me recriminaron no tomar partido por la víctima mortal. Mi conciencia nada me recrimina, y he considerado un imperativo moral el hablar alto y claro y el exponer también mis razones, que no tengo duda están en sintonía con el mensaje librador de Jesús y de su Evangelio.

Desde el primer momento entendí que la verdadera víctima en los hechos fue quien sintiéndose amenazado durante muchos años, pero particularmente durante muchas semanas seguidas, por una banda de delincuentes profesionales, reaccionó movido por un miedo insuperable después de experimentar que era “hombre muerto”, y por una necesidad imperiosa de salvaguardar la vida propia y la de los suyos. Fue una noche trágica llena de desafortunados acontecimientos que acabaron con una víctima mortal, que en palabras de Lluís Corominas, declarado “no culpable por un jurado popular”, será un peso que llevará encima toda su vida.

Siempre me dijeron que el derecho y la ley natural, están por encima de cualquier ley positiva creada por los hombres, y el derecho a la propia vida es sin duda de derecho natural. Dicho esto, queda claro que la legítima defensa es anterior a cualquier legislación con sus consecuentes cláusulas. Dicen que todo buen dominico ha de citar a Santo Tomás, y hoy de buen grado lo hago citando su Summa Teológica cuando él afirma que “está en la condición natural de cada uno conservar su propio ser cuánto le sea posible” (II Q64.a7).

Desde el punto de vista de la justicia, quién ve amenazada su vida y se defiende, no es un homicida, sino una persona que legítimamente se ve en el deber de preservar la propia vida como el mayor bien que posee, y este es un derecho básico… Y en el caso que nos ocupa, no hay duda que fue así, no habiendo habido en ningún caso deseo de “matar” a nadie: La muerte fue un efecto no deseado… Fue una fatalidad, y así la vive Lluís. Su motivación moral fue de carácter defensivo y nunca agresivo… Fue en realidad un acto casi irracional del miedo y la desesperación.

Dicho esto, quisiera reivindicar la imagen y el honor de un hombre de bien. De un padre de familia ejemplar, que se encontró en una situación límite, en la que seguramente nadie sabe cómo puede reaccionar, y nada más.

Entre otras cosas, hay que decir que el tiempo para Lluís parece ser eternidad, y su paciencia ha sido muy probada: Aquella noche, 25 minutos esperando a los Mossos de Escuadra; luego cuatro años y medio esperando la celebración de un juicio popular que nunca llegaba y que ha sido de los más largos que se han celebrado en Barcelona –tres semanas-. Mucho tiempo puesto bajo la lupa de la sospecha y el dedo acusador, tiempo en el que pudo revivir continuos asaltos a mano armada a su familia directa de Navás, que cansada de tantos robos, tuvo que cerrar un negocio familiar, luego de ver amenazados a punta de pistola a sus padres hermanos y sobrinos.

Lluís hoy es un hombre libre que poco a poco irá recuperando la normalidad, y que ha podido salir adelante porque durante estos años, lejos de encerrarse en el drama que vivía, supo ponerse a trabajar, dando lo mejor de sí, a favor de los más desfavorecidos de la sociedad.

Hoy celebro el sentido común y el gran sentido de justicia del jurado popular; aplaudo la prudencia y los valores de su abogado defensor y el trabajo impecable de la jueza. Manifiesto mi deseo sincero de que las leyes de este País, dejen de castigar a las personas inocentes y protejan más a los ciudadanos de bien y a los cuerpos de seguridad que exponen sus vidas por el bien común, Deseo que la justicia sea una realidad, que a nadie le falte el pan de cada día, y que Lluís pueda seguir madrugando para llevar el pan a tantas familias que cada día lloran porque el pan que no llega a sus mesas.

Libertad para Lluís, y que Dios acoja en su misericordia a quien perdió su vida mientras cometía un delito. Sólo Dios conoce el corazón y puede perdonar.

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