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José Antonio Pagola en su libro sobre “Jesús” dedica un Capítulo para hablar de Jesús como un “Creyente fiel”. Jesús, el Hijo de Dios, el hijo del hombre necesitaba –como nosotros- orar, estar con el Padre, discernir su voluntad y vivir a impulsos de su corazón; a impulsos de su misericordia.

La experiencia de Dios –dice Pagola- fue central y decisiva en su vida: El itinerante, el profeta, el curador de enfermos, el poeta de la misericordia, el Maestro del amor… no es un hombre disperso sino una persona profundamente unificada en torno a una experiencia nuclear: “Dios es el Padre de todos”. Es él quien inspira su mensaje, quien unifica su actividad y polariza sus energías.

Y la vida de Jesús, el Hijo de Dios, no se entiende al margen de esta experiencia de Dios que es la que da sentido a su mensaje y a su actividad.

Mirando a Jesús, podemos preguntarnos qué experiencia de Dios tenemos cada uno, quién es Dios para mí, cómo me sitúo ante el misterio; cómo le escucho; si confío realmente en su bondad. Sin duda la respuesta real a cada una de estas preguntas quedan reflejadas –como en Jesús- en nuestros gestos y actitudes.

Jesús no sólo habla del Reino, se compadece de las multitudes, les da alimento, cura enfermos, anuncia la libertad a los cautivos.

Para Jesús Dios no es una teoría, una doctrina: Es una experiencia que le ha transformado, y lo ha hecho hasta tal punto, que no puede dejar de asociar a Dios con la felicidad y la vida de las personas: Dios no se desentiende de sus criaturas.

En los judíos contemporáneos a Jesús, lo importante era dar gloria a Dios observando la ley, respetando el sábado y asegurando el culto del templo. Para Jesús, lo importante es que los hijos e hijas de Dios disfruten de la vida con justicia y dignidad. Y su experiencia de Dios le empuja y arrastra a liberar a las gentes de sus miedos y esclavitudes, de todo lo que impide a la gente experimentar a Dios como padre, como fuente de felicidad, como el liberador.

Jesús, era un buen israelita, pero no se conformó con vivir “legalmente” el itinerario de su pueblo. Fue más allá buscando a Dios en su propia existencia, abriendo su corazón –como los profetas- para escuchar lo que quiere decir Dios en cada momento a Él mismo y a su pueblo.

Y por eso busca el desierto y la soledad, y por eso escucha. Fue a ver a su primo Juan, y allí –nos dicen los teólogos- poniéndose en la fila para ser bautizado, escuchando su mensaje, tuvo una experiencia muy intensa y poderosa que marcó el comienzo de su actividad profética y transformó decisivamente su vida. Ya no volverá al trabajo artesano de Nazaret ni se quedará con el Bautista.

“En cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu en forma de paloma bajaba a él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: “Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco”.

Jesús fue al Jordán buscando humildemente a Dios. Y se puso ante Dios en actitud de disponibilidad, es entonces cuando el cielo se “rasgó” y Dios le habló. Y Jesús se sintió “Hijo amado de Dios” y “lleno de su Espíritu”. Y esta experiencia es la que marcó definitivamente su vida.

Hacer memoria de Jesús y de su itinerario, ha de ayudarnos a no perder la memoria de nuestra propia experiencia de Dios, y de aquello que marcó el rumbo de nuestra vida… Y de aquello que lo marca hoy…. Nos sea que se nos tenga que reprochar con a las Iglesias del Apocalipsis, que tiene contra nosotros que hemos olvidado el amor primero.

Jesús se siente y se sabe “Hijo amado”. Es una experiencia entrañable y gozosa que marcará su vida: Se abandonará en sus manos porque en manos del Padre ¿qué nos puede pasar?

Nuestra experiencia de Dios: ¿está marcada por la confianza? ¿sabemos en manos de quien estamos?

Dice Pagola que Jesús buscó la voluntad del Padre sin recelos, cálculos ni estrategias. Su seguridad venía del Padre y no de las estructuras, y esa confianza le hace dócil de manera incondicional.

Experimentar a Dios nos da una gran libertad de espíritu, nos hace audaces y creativos a la vez, y nos da la certeza de que nada ni nadie nos podrá apartar de su amor.

La experiencia de Jesús es inspiradora de nuestra vida de oración y de nuestra propia experiencia de Dios.

Con él se encontraron muchos y la vida les cambió: ¿Y tú y yo qué?

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