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Por Oriol Domingo .
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1. La apelación del presidente Mariano Rajoy a la sangre en el debate soberanista es peligrosa. Muy peligrosa. Afecta negativamente a la dignidad humana y a la convivencia democrática. También niega la concepción cristiana de la condición humana.

2. "Los catalanes y el resto de españoles son pueblos que comparten la misma sangre". Esta afirmación de Rajoy recuerda lo que escribe Adolf Hitler en Mein Kampf (Mi lucha ). Dice: “La Austria germana debe volver al patrimonio común de la patria alemana ( ... ) Pueblos de la misma sangre corresponden a una patria común".

3. El president Artur Mas replica al presidente español. Afirma: “Dejémonos de la sangre , que forma parte de otro tipo de discursos . Ser catalán no tiene nada que ver con la sangre. Catalunya se construye por la capacidad de integración de muchas personas diferentes. Nosotros nos regimos por el ius soli, no por el ius sanguinis. Es catalán toda aquella persona que vive y trabaja en Catalunya y quiere serlo". También lo advierte Màrius Serra, domador excelente de las palabras: "Que la consanguinidad sea un argumento político para la vida en común excluye millones de inmigrantes del proyecto español”.

4. Con apelaciones a la sangre nacional se explica que sucedan episodios, con muertos y heridos, tan graves como los de Ceuta, y que nadie tenga la dignidad de asumir responsabilidades y dimitir. Se explica el rechazo a inmigrantes del sur o de los antiguos países del este. ¡No tienen sangre española!

5. Nazismo, racismos y similares están en las antípodas del cristianismo. Jesús, en su actuación y con sus parábolas, acoge a los extranjeros, sobre todo a los más maltratados. La sangre no es determinante en la concepción cristiana de la condición humana. Ejemplo. Pedro reconoce quién es Jesús, este personaje tan humano y tan misterioso, camino a Jerusalén según el relato de Mateo (16, 13-20 ). Jesús le contesta : "Eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre del cielo". El cristiano no discrimina según la sangre de las personas y de los pueblos. Un blanco es blanco y un negro es negro pero todos son hermanos e hijos de Dios. El cristiano respeta a las personas sea cual sea su procedencia y su comunidad. “Todos vosotros, por la fe, sois hijos de Dios en Jesucristo. Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer: todos sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3 , 26-28). "Ahora ya no sois extranjeros o forasteros, sino ciudadanos del pueblo santo y miembros de la familia de Dios" (Efesios, 2, 19

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