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La primera lectura que leemos hoy (Is 45, 1.4-6) pide dar un vistazo a su contexto histórico. El imperio babilónico ha perdido fuelle. Un nuevo imperio emergente va adueñándose de la situación en el territorio. Ciro, rey de los persas, está a punto de acabar con el imperio babilónico. Sus ejércitos entrarán en la capital el año 539 aC. Hay pero cambios significativos en la manera de ejercer el dominio. Los persas permiten que cada pueblo ejerza su religión y mantenga sus tradiciones y costumbres. De esta nueva manera de hacer las cosas saldrán beneficiados los hebreos exiliados en Babilonia.

¿Cuál era su situación? Por un lado había arraigado un sentimiento de desánimo. El exilio se hacía largo, lejos de la tierra, metidos en un país desconocido por no decir hostil, el lamento era constante "Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos y llorábamos" (Sal 137,1). Sentían que Dios les había abandonado. ¿Dónde estaba? Daba la impresión de que se había dormido y los dioses babilonios habían triunfado sobre Israel. Por otro lado estaban los que se habían acomodado, se encontraban bien en la nueva tierra, habían encontrado maneras de subsistencia económica y la aceptación de una nueva religión no les incomodaba demasiado.

Dicho esto, se entiende la intervención del profeta conocido como el segundo Isaías. Su predicación intentará, sobre todo, infundir ánimos en los deportados. A los desanimados les anunciará, dadas las circunstancias políticas del advenimiento de los persas, que la liberación está cerca. A los que se sienten abandonados por Dios los proclamará la soberanía del Señor de Israel que actúa en favor de su pueblo y a los instalados les alentará a regresar a la tierra.

Los israelitas estaban convencidos de que el retorno y el restablecimiento del país debía ser liderado por un rey de la dinastía de David, pero como podía ser eso si el rey era cautivo de los babilonios? El profeta presentará Ciro como un instrumento de Dios puesto al servicio de la causa de los deportados. El profeta parte del principio de que el Dios de Israel es señor del universo y de la historia. "Del Señor es la tierra y todo lo que se mueve" dice el salmo 24,1 y el 95,3 dice: "El Señor es rey de reyes". Por más dueños que se puedan sentir los reyes de la tierra, el verdadero señor es Dios. Él pone a su servicio los reyes de la tierra y de ellos se vale para conseguir los objetivos. Endurecerá el corazón del faraón a fin de no dejar salir Israel de Egipto y de esta manera se vea la grandeza de su poder (Ex 14,4) o colocará Nabucodonosor en el trono de los reyes de Judá para castigar de la idolatría de los israelitas (Jr 43,10).
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Esto muestra que Dios no tiene ningún inconveniente en declarar ungido, prerrogativa de los reyes de la dinastía de David, un rey extranjero. El autor introduce en el texto algunos elementos de las ceremonias de entronización real. El término ungido hace referencia al ritual de la unción, dar un nombre honorífico, ceñirse de poder. En este ritual los reyes babilonios cogían la mano del gran dios Marduk. El profeta se imagina que Dios da la mano a Ciro como legítimo rey para llevar a cabo la restauración de Israel. Ciro es puesto a la altura de los grandes personajes que en el Antiguo Testamento deben realizar misiones importantes; llamado por su nombre como lo fueron Abraham (Gn 15,1; 17,5), Moisés (Ex 3,4), Samuel (1Sa 3,1-21) y calificado de sirviente como lo fueron reyes y profetas (Gn 26, 24; Jos 1,2; 2Sa 7,8; ​​1 Re 11,13; 2Re 9,36, Is 20,3).

Sin la convicción de la fe, pensar que Ciro actúa al servicio del Dios de Israel puede parecer una pretensión alocada. El mensaje del profeta, sin embargo, quiere ser claro: Dios no se olvida de los pequeños, como el insignificante pueblo de Israel, sobre todo cuando están aplastados por el dominio de los prepotentes.

Domingo 29 durante el año. 22 de octubre de 2017

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