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Tras la aparición a María Magdalena, el capítulo 20 del evangelio de Juan sigue con el relato de dos apariciones de Jesús a los discípulos, la primera de ellas es la que se describe en el evangelio (Jn 20,19 -23) que leemos este domingo de Pentecostés.

Es un texto muy conocido, pero siempre es posible hallar en él detalles que mejoren su comprensión. Uno de ellos consiste en especificar que, al llegar donde están los discípulos, Jesús se coloca en medio. Jesús se convierte en el centro. En la simbología universal, ser el centro adquiere un significado muy rico. El centro puede ser un punto de convergencia, en este sentido Jesús resucitado, puesto en el centro del grupo de discípulos, se ha convertido en el referente indiscutible de la comunidad. La atracción de Jesús crucificado de que habla Jn 12,32 se perpetúa en la atracción de Jesús resucitado, puesto en el centro del grupo de discípulos. Pero ser centro es también irradiación. De Jesús resucitado brotan la paz, el don del Espíritu y también la decisión de enviar a los discípulos: "Como el Padre me envió, así también yo os envío" (v.21).

Jesús enviado del Padre es un tema escasamente presente en los sinópticos. Además del dicho, que también recoge Juan: "El que os recibe a vosotros a mí me recibe y quien me recibe a mí acoge a quien me ha enviado" (Mt 10,40; Mc 9,37; Lc 9 , 48 Jn 13,20) rara vez encontramos el tema en el resto de los sinópticos. Tan solo en: Mt 15,24; Lc 4,43 Lc 10,16. Por el contrario en el evangelio de Juan aparece unas 40 veces. De ahí deviene la importancia de estas palabras dirigidas a los discípulos.

Los textos bíblicos están llenos de ejemplos de personajes enviados por Dios. Lucas considera un enviado de Dios el ángel Gabriel que se dirige a María (Lc 1,26). Pero nos interesa más fijarnos en otro enviado: Moisés, que es enviado por Dios a liberar al pueblo de Israel, esclavo en Egipto (Ex 3,10). En el evangelio de Juan, Moisés ocupa un lugar relevante. Los adversarios de Jesús reconocen la autoridad de Moisés y no la de Jesús (9,28-29). Jesús no es un enviado cualquiera, supera uno de los enviados más ilustres de la historia de Israel.
Además de lo dicho el hecho de que Jesús sea enviado por el Padre reviste unas características singulares, que hay que revisar. En el caso de los mensajeros normales, hay una diferencia entre el que envía y el enviado. No es así en el caso de Jesús. Entre Jesús y el Padre hay una unidad tal, que permite afirmar: "El que me ha enviado está en conmigo" (8,29) y también: "El que me ve a mí ve aquel que me ha enviado". Esta identidad entre Jesús y el Padre hace que el obrar del Padre se identifique con el obrar de Jesús (4,34; 5,36; 6,38; 8,29) y no sólo el obrar y actuar sino que la identidad se da también en la predicación y la palabra (7,16; 8,24; 12,49; 14,24).,

¿Con qué finalidad Jesús es enviado por el Padre?. Lo encontramos acertadamente expresado en un escrito juánico: "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1 Jn 4,9) El objetivo es el don de la vida, pero en otros lugares se muestra como un objetivo insistente el que se reconozca a Jesús como enviado de Dios (Jn 17,8.22.24.25). Es importante ver un acto de amor de Dios en el hecho de enviar a Jesús. Este tiene su continuidad en el acto de amor de Jesús de enviar los discípulos. Hay una evidente reciprocidad (así como .... yo os). A fin de que no se rompa la cadena (por decirlo de alguna manera), los enviados deberán hacer evidente en el mundo el amor de Dios y de Jesús. Y para ello no tienen otra alternativa que amando. Debe ser así, si quieren ser signo del amor de Dios.

Festividad de Pentecostés
19 de Mayo de 2013

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