Pasar al contenido principal


El capítulo 55 del Segundo Isaías (Is 40-55) cierra este libro bíblico, interesantísimo tanto por su teología, como por la calidad literaria presente en todos los estratos que configuran el libro. El lenguaje de este tramo final está lleno de luz y de esperanza y lleno de optimismo, si se tiene en cuenta la triste realidad del exilio, trasfondo incuestionable en todo el libro. En la primera lectura de este domingo leemos un fragmento de este capítulo (Is 55,6-9). Curiosamente este texto se lee en una de las lecturas de la vigilia pascual. La gran cantidad de lecturas que se leen ese día o el hecho de que algunas comunidades opten por la supresión hace que se preste poca atención a este bello texto de gran riqueza teológica. Tenemos hoy la oportunidad de mirarlo con calma.
El libro no hubiera existido si no se hubiera producido una circunstancia histórica muy concreta. El imperio babilónico perdió fuerza, el año 539 aC. El rey persa Ciro entró triunfante en su capital. Para estabilizar la frontera de Judá, le convino propiciar el regreso de los exiliados judíos. Aquí es donde entra en acción la figura de este profeta anónimo que predicó, según la opinión más consensuada, probablemente en Babilonia entre los años 550 y 539 aC. Con su predicación intenta convencer a los exiliados de la posibilidad de un próximo retorno a Jerusalén. Para comunicar su mensaje se vale de comparaciones que presentan la liberación como una nueva creación y el retorno como un nuevo éxodo.
El texto de nuestra lectura contiene palabras de aliento: "Buscad al Señor mientras podáis encontrarlo". El segundo Isaías recoge muchas de las reflexiones de lo que significó el exilio para el pueblo de Israel; entre otros el convencimiento de que en el exilio Dios había abandonado su pueblo, dejándolo en manos de sus enemigos (43,24b.28). Pero el profeta anuncia que el abandono se ha acabado y que emerge el retorno victorioso de Dios: "Aquí está vuestro Dios. El Señor soberano, llega con poder, con la fuerza de su brazo "(40,9b.10-11). Una presencia liberadora, que permite buscarle de nuevo. Jerusalén tiene un papel importante en la teología del Segundo Isaías como hito del retorno, pero no como lugar donde se ubica el templo, por lo que "buscar el Dios que se deja encontrar" tiene un alcance universal no limitado al contexto del culto de Jerusalén. A Dios se le puede encontrar en cualquier parte.
"Hoy te mando que ames al Señor y que sigas sus caminos", dice el libro del Deuteronomio (30,16). El exilio había roto la proximidad o la identificación entre los caminos de Dios y los de Israel. La causa ha sido el pecado, que el profeta insiste en que ha sido perdonado. Nada más comenzar el libro dice: "Ha sido perdonada la culpa" (40,2) "He hecho desaparecer como una nube tu infidelidad" (44,22) y también 50,1; 57,12.
El distanciamiento que causa el pecado lleva a pensar en el distanciamiento propio de la trascendencia de Dios. "Están lejos vuestros caminos ... como el cielo está lejos de la tierra". La expresión recuerda el salmo 103,11 cuando dice: "Su amor a los fieles es tan inmenso, como la distancia del cielo a la tierra". La trascendencia de Dios no es presentada como el fuego ardiente de la alianza con Abraham (Gn15,12-17), ni como el chasquido de rayos y truenos del Sinaí (Ex 19,16-19), ni como el ingenio y poder creador que deja Job boquiabierto (Jb 38-41). La trascendencia de Dios enfatiza aquí la gran distancia entre Dios y el hombre. Ante el peligro que representan los ídolos, tema fuerte en la predicación del Segundo Isaías (44,9-11; 46,1), hay que afirmar con rotundidad la trascendencia de Dios que con tal distanciamiento adquiere una superioridad por encima de los hombres y cualquier otro Dios .

Domingo 25 del tiempo ordinario. 21 de Septiembre de 2014

Tags

Us ha agradat poder llegir aquest article? Si voleu que en fem més, podeu fer una petita aportació a través de Bizum al número

Donatiu Bizum

o veure altres maneres d'ajudar Catalunya Religió i poder desgravar el donatiu.