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Navidad está a las puertas. La celebración del Nacimiento de Jesús comienza a impregnar la vida de nuestras comunidades, las oraciones, los cantos, las catequesis. Hay un sentido de preparación que se abre paso y hace que las cuatro liturgias eucarísticas de Adviento -tiempo corto pero intenso!- sean momentos especiales. Todo lleva a la Navidad. Este es un país franciscano y, por tanto, navideño. La luz de Jesús, el Rey pobre y humilde, forma parte de las estructuras mentales de muchas personas y de sus sentimientos más profundos. Navidad es una fiesta de todos, de los que creen y los que creen menos, incluso de aquellos que nunca dirán con claridad lo que llevan en el corazón. Alrededor de Navidad se fragua un aire especial. La tierra catalana queda como atravesada por una ola de gracia divina, que se manifiesta de muchas maneras y en muchos ámbitos: en casa, en la calle, en la Iglesia, en las escuelas, los teatros. No desestimemos la fiesta de Navidad diciendo que todo es consumismo y folclore. Nos equivocaríamos. Hay un rastro del paso de Dios en Navidad, y hay que estar atentos para percibirlo y acogerlo.

Por otro lado, es evidente que la crisis nos golpea duramente y que muchos se encuentran necesitados de ayuda. Pero los pobres vienen a llamar a las puertas de las parroquias y comunidades, porque saben que, si alguien no les cerrará la mano, seremos nosotros, la Iglesia. La frase del evangelio de la noche de Navidad («no había lugar para ellos en la sala de la posada», Lucas 2,7), referida a José, a María y a un Jesús a punto de nacer, señala una dureza de corazón que nunca querríamos hacer nuestra. Más bien entendemos que la Navidad de 2011 debe ser la de Mateo 25,35: "Tenía hambre, y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber». El sacerdote ha recibido una llamada maravillosa, que pasa por la Palabra, por la Eucaristía y por la Caridad. Dicho de otro modo, el sacerdote es, en virtud de su misma identidad sacerdotal, amigo de los pobres. Por ello, manifiesta, en sus palabras y gestos, una pasión a favor de ellos. Nuestro afecto por los pobres no es circunstancial ni episódico. En cada comunidad cristiana el sacerdote lleva la antorcha del amor concreto por los amigos del Señor.

Navidad es también la fiesta de la encarnación del Logos, del Verbo. Si el Verbo de Dios no se hubiera hecho realmente hombre y no hubiera puesto su grandeza divina en la pequeñez de un bebé que nace a la intemperie, el clamor de los pobres quizás nos caería lejos. Pero el evangelio del día de Navidad proclama que «la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros» (Juan 1,14). Este evento cambia la historia humana y hace que cualquier «carne» -la carne de un joven sin trabajo, la carne de un extranjero desahuciado, la carne de una anciana que no puede calentarse- forme parte de la Navidad. Por ello, la crisis nos hace volver a las raíces del misterio cristiano, el misterio de la encarnación del Logos, y las consecuencias que tiene en la historia personal y colectiva. La Iglesia adora el Niño Jesús y, con amor, cuida de las heridas de la humanidad.

Esta Navidad puede ser también la Navidad de la Palabra. Desde la Asociación Bíblica de Cataluña, y fieles al Sínodo de la Palabra, os proponemos que, durante las eucaristías, haya en vuestras iglesias un punto de distribución de la Biblia popular (la que vale diez euros), gestionado por personas voluntarias. En un tiempo donde es costumbre de hacerse regalos unos a otros, la Biblia puede ser el mejor regalo, un regalo al alcance de cualquier economía, y, sobre todo, un regalo que, de hecho, es una herramienta evangelizadora de primer orden. Regalar una Biblia es un compromiso personal por parte de quien la ofrece desde la amistad, y suscita una atención especial por parte del que la recibe.

Amigos sacerdotes, os deseamos una Feliz Navidad, con los pobres y con la Palabra!

Armand Puig y Tàrrech
Decano de la Facultad de Teología de Cataluña

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