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Catalunya Religió
pensaments sobre abusos i Església
Foto: Pixabay

Eduard Rey Por varios motivos, en los últimos años he tenido que estar en varios diálogos en los que se ha hablado sobre los abusos a menores en el marco de la Iglesia Católica. También he conocido algún caso de cerca. En este escrito intento hacer serenamente mis reflexiones, a partir de cosas que he ido sintiendo (y sufriendo) a lo largo de estos años, y compartirlas sin más pretensiones.

Abuso. Empiezo con la propia palabra abuso. En las definiciones que tengo a mano, toma el significado genérico de uso indebido. Pero en su sentido clásico, el verbo abutor, de donde viene el participio abusus, tiene el sentido de usar algo hasta agotarlo, sea porque se consume, sea porque se destruye. El ius abutendi, el derecho a consumir o destruir, forma parte de la definición clásica de la propiedad. Pongo esta referencia clásica porque creo que ayuda a entender lo que vive la persona abusada. Se ha sentido como un artículo de consumo, como una propiedad de otro, y algo importante en él ha quedado dañada, quizá destruida. En el terreno de la afectividad y de la sexualidad, tan íntimamente conectado a nuestra necesidad de amar y ser amados, cualquier uso o utilización del otro es a la fuerza un abuso: convierte a la persona en objeto y la hiere, a veces gravísimamente. Si esto ocurre durante la infancia o la adolescencia, la herida puede tener consecuencias en la propia constitución de la persona que está creciendo.

La memoria del cuerpo. Dice CS Lewis en su libro Un duelo observado, donde reflexiona sobre la muerte de su esposa, que uno de los lugares donde se le hizo más patente la ausencia fue en su propio cuerpo. Lo dice como algo que le sorprendió, inesperado a pesar de que, si se piensa, resulta evidente. Nuestro cuerpo es en cierto modo el sitio de nuestros afectos, el lugar donde se recibe y expresa el amor. Y tiene una memoria. Esta expresión, el cuerpo tiene memoria, la oí de una terapeuta especializada en abuso infantil. Y es una realidad de la que no se era consciente en otras épocas. Pensando en hacerle un bien, se rodeaba al niño abusado de silencio, con la idea de que el olvido dejaría sin efectos el mal sufrido. Hoy sabemos que no es así, que la memoria del cuerpo aparecerá en algún momento de la vida, por ejemplo en la vida íntima con la pareja, y esa persona no tendrá herramientas para interpretar lo que le está ocurriendo. Porque la memoria del cuerpo, como toda memoria, necesita convertirse en palabra y en relato para que podamos convivir con ella. Pero intuyo que no todos los silencios del pasado eran malintencionados. En más casos de los que imaginamos, es posible que lo de eso mejor de lo que hablemos que ha hecho tanto daño respondiera a una ignorancia bienintencionada.

Defender la institución . Éste es el punto que más cuece en el tema de los abusos a menores en la Iglesia Católica. Muchos silencios y pasividades se explican también porqué la defensa de la reputación de la institución pasó por delante de la reparación de las víctimas y la protección de los niños. Evidentemente, para el católico en general, pero muy especialmente para el clérigo o el religioso que vive en el celibato, hablar de la Iglesia como institución suena demasiado frío. La Iglesia es nuestra familia, algo mucho más integrada en lo que somos que una institución. Y también esto explica en parte ese silencio. Pero ahora nos damos cuenta de que no hay amor auténtico allá donde se oculta la verdad y se permite que problemas graves se perpetúen. Lo decía el responsable de una orden religiosa: Llegó un momento en que me di cuenta de que no hay contradicción entre defender a la víctima y defender a la institución. Cuando pongo en el centro a la víctima y le doy prioridad, hago también lo mejor para la institución. Me atrevería a decir que incluso es lo mejor para el propio abusador. También en las familias, que es el lugar donde se da el mayor porcentaje de abusos infantiles y donde los silencios a menudo son más espesos, habría que tomar conciencia de que callar no siempre es amar. Poner en el centro a la víctima y su reparación es un deber que tenemos hacia ella, pero también es el mejor desde la perspectiva del bien común de todos.

Políticos y periodistas. Hace más de cien años, el padre Miquel de Esplugues, provincial de los capuchinos, advertía a los frailes del peligro de leer sólo la prensa. Lo comparaba con una persona que se alimentara sólo de café y otros excitantes. La prensa tiene un ideal ilustrado, de lugar de opinión y de reflexión crítica (el famoso cuarto poder), pero una realidad muy abocada a despertar emociones y pasiones. Y es en ese escenario donde el político vive buena parte de su vida. El relato sobre los abusos a menores en la Iglesia Católica ha sido sin duda una auténtica mina tanto para unos como para otros. Porque tienen interés en el bien común o en el bien de las víctimas? No seré yo quien lo niegue, pero en la primera sesión de la Comisión del Parlamento de Cataluña sobre este tema, víctimas de abusos que aportaban su testimonio tuvieron que llamar la atención a los diputados para que dejaran de mirar a los móviles y los escucharan ... ¿Es casual que casi cada año aparezcan noticias sobre abusos a menores en la Iglesia en portada en tiempos de preinscripciones escolares? ¿Por qué abusos cometidos hace muchos años en ambientes católicos merecen portadas, con la fotografía de las escuelas o los clérigos denunciados, y abusos actuales en centros públicos a menudo sólo breves o ni siquiera menciona el
nombre del centro? ¿Cómo es que el Parlamento hace una Comisión para hablar específicamente de abusos en la Iglesia Católica, con lo que esto comporta de descarada discriminación? ¿Qué diríamos, por ejemplo, de una Comisión sobre delincuencia juvenil sólo centrada en los inmigrantes? En los aspectos mediático-políticos de este tema, se mezclan muchas cosas, y no todas son limpias. Por otro lado, en estos casos como en otros, los medios van rápidos a linchar la reputación de una persona, y difícilmente rectifican (o lo hacen de forma casi invisible) si después se demuestra su inocencia.

Justicia restaurativa. El sr. Josep Maria Tamarit es catedrático de derecho penal, y fue llamado al Parlamento para hablar como experto en la Comisión sobre los abusos en la Iglesia. En el tema de los casos prescritos, que ya no pueden ir por la vía judicial, SR. Tamarit (como el informe del Defensor del Pueblo) se posiciona en contra de levantar la prescripción, ya favor de abrir otros procesos de justicia restaurativa. Su argumento es que conseguir toda la carga de prueba que pide un juicio después de muchos años de los hechos es difícil, y el resultado para las víctimas podría ser peor, puesto que más a menudo de lo que creen el juicio acabaría en una absolución. La propuesta, pues, es establecer canales paralelos que, una vez establecida la credibilidad del relato de la víctima, permitieran su reconocimiento y reparación. Los casos prescritos son uno de los puntos delicados de todo el debate abierto en torno a los abusos, ya que para los no prescritos existe la vía judicial normal. Este camino, por supuesto, tiene puntos oscuros. Disminuir tanto la carga de prueba es una bomba en la línea de flotación de la presunción de inocencia, que en teoría es uno de los grandes hitos del derecho moderno. Con la evidencia mínima de que a un juez le permite decir que hay causa y abrir diligencias, se acabará ese “parajuicio”, con la buena fama de una persona saltada por los aires para siempre. De todas formas, es éste el camino que están siguiendo ya muchas instituciones de Iglesia, y parece lo más razonable que estos procedimientos se vayan convirtiendo en los habituales para los casos prescritos.

¿Víctimas y legisladores? El Defensor del Pueblo, en su informe, ha querido dar especial relevo a las voces de las víctimas. En los relatos de lo vivido captamos la profundidad del mal causado, así como los mecanismos de los agresores. Que la voz de las víctimas sea reconocida y se le dé crédito es uno de los puntos importantes del proceso que se está viviendo. Muchos han pasado años en el silencio debido a la convicción de que no serían creídos. Ahora bien, ¿son las víctimas las que deben dictar las decisiones de los políticos? La tentación que puede tener la víctima es la de confundir justicia y venganza. No lo critico, me parece muy comprensible. Pero cuando alguien reclama, por ejemplo, que se retiren los conciertos en todas las escuelas católicas, creo que es obvio que no está hablando de justicia ni de nada que se le parezca. A la hora de gobernar y legislar, las víctimas deben ser escuchadas, pero en el conjunto de otras muchas voces. Expertos y víctimas difieren, por ejemplo, en el tema de la prescripción. ¿A quién hace falta hacer caso? Una cosa es reconocer una voz y dar credibilidad a lo que dice, otra muy distinta es concederle una autoridad absoluta.

Números. Todos estamos de acuerdo en que una sola víctima de abusos ya es demasiado. Pero también es evidente que cuando se habla con tanta insistencia de abusos en la Iglesia se debe a que se sugiere que el número podría ser muy elevado. De la encuesta que aparece en el informe del Defensor del Pueblo, la prensa hizo sus cálculos y habló de cuatrocientos mil (contra el criterio del propio Defensor del Pueblo, que en la misma rueda de prensa advertía de las limitaciones de estas extrapolaciones). Se hace difícil sostener ese número tan elevado, por diversas razones, además de las dudas metodológicas que han explicado algunos expertos en demoscopia. La primera es que sería necesario que un porcentaje elevadísimo de sacerdotes hubieran cometido abusos para que fuera real (o que una minoría hubiera tenido números de víctimas absolutamente inverosímiles). La segunda es que llevamos más de veinte años de bombardeo mediático al respecto, con campañas muy intensas como la del diario El País, y no han aparecido en toda España más de dos mil personas que efectivamente han dicho que habían sido abusadas, e incluyendo bajo el concepto abuso situaciones muy distintas. Los mismos que realizaron la encuesta han desautorizado estos números. ¿Pero ha visto algún medio que se haya desdicho de los titulares que les dedicaron?

Impunidad. Recojo aquí una reflexión de mi cuñada. En otro tiempo, la educación estaba en buena parte en manos de instituciones de Iglesia. Quizás se puede pensar que personas con una propensión malsana a estar con niños se acercaran a la vida religiosa o sacerdotal. A día de hoy, en las escuelas católicas, la mayoría del profesorado, y con frecuencia también los directivos, son seglares. Hoy la persona que sintiera este tipo de atracción malsana posiblemente encontraría la vida religiosa sin aliciente. Hasta aquí mi cuñada. Yo me atrevería a decir que si a día de hoy unos padres buscan una escuela con un entorno seguro para sus hijos harán bien en ir a una escuela católica. Muchas son líderes en programas de prevención y detección de abusos, y la sensación de impunidad que pudieran tener en tiempo ahora ya bastante lejanos ha sido sustituida por la sensación de estar bajo los focos constantemente. Por agrado o por fuerza, son los primeros que han afrontado a fondo esta lacra social. Si yo a día de hoy quisiera dirigir el foco hacia espacios de impunidad, habría que buscarlos donde hay poder y donde las personas se pueden sentir protegidas hagan lo que hagan. Con toda certeza, estos espacios, en el ámbito de la educación, no son hoy en día las escuelas católicas. ¿Se atrevería la prensa, tan dependiente de propagandas oficiales y subvenciones para su sostenimiento, a buscar dónde pueden estar hoy estos espacios? Disparar contra la Iglesia es gratuito y siempre está bien. Pero cuando dependes para tu sostenimiento de subvenciones y propagandas estatales, debes pensar muy bien dónde pones la nariz.

La fe estropeada. ¿Tienen algún elemento específico los abusos en el interior de la Iglesia respecto a los que se dan en otros ambientes? Hablando con un hombre, hoy ya anciano, que fue víctima de abusos por un sacerdote cuando era niño, me frapó este comentario: “Yo de niño creía en Dios y en la Virgen. Pero mis hijos ni siquiera los llevé a realizar la Primera Comunión”. Lo decía con sentimiento. Con la perspectiva de los años, sentía como una pérdida de que sus hijos no hubieran hecho la Primera Comunión. Y de esta pérdida hacía responsable, con razón, a aquel sacerdote de su infancia. Cuando los abusos ocurren dentro de la Iglesia, entre las cosas que se estropean o se destruyen puede estar la fe de aquel niño o adolescente. Y por eso, aunque sea cierto que se está dando en este asunto un trato discriminatorio a la Iglesia, creo que tenemos un deber de no excusarnos en ello y reparar, en la medida de lo posible, el mal causado. Porque otras instituciones sólo responden ante jueces humanos o frente a los periodistas. Pero a nosotros nos toca responder delante de Dios por cada una de las almas que nos han sido confiadas.

Quedarían, evidentemente, todavía bastantes temas en torno a los abusos y la Iglesia. Yo viví de cerca el caso de un sacerdote que fue falsamente acusado. Murió allí. Y también he podido hablar directamente con algunas víctimas de abusos, tanto del ámbito de la Iglesia como del ámbito familiar, y he entendido que a menudo estos recuerdos despiertan años más tarde, a veces ya en la vejez, cuando las responsabilidades que durante la vida adulta habían mantenido estos recuerdos a raya ya se han dejado y la memoria de la infancia vuelve a tomar fuerza. Habría también el tema de la relación entre abusos y celibato, del que me limito a decir que la mayoría de abusadores lo hacen en el ámbito familiar y, por tanto, son personas que se supone que no viven en el celibato. Añado que yo hablaría de dificultades con el celibato en el sacerdote que tuviera relaciones con una persona adulta. El ámbito de los abusos es otro, muy relacionado (me parece a mí) con una necesidad de afirmarse sobre el otro. Dicho todo esto, aquí dejo estas reflexiones, que se han ido gestando en los últimos años. Espero que puedan ser útiles.

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