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El domingo de Ramos leemos en el Evangelio el relato de la pasión; este año corresponde seguir el texto de Lucas. Dada la longitud del texto, el mejor criterio es comentar un fragmento y, con este fin, hemos escogido la comparecencia de Jesús ante el sanedrín judío (Lc 22,66-71).
Lucas parte del texto de Marcos, pero introduce notables diferencias: en lugar de noche se hace de día; no hay falsos testimonios; no se dice nada sobre la destrucción del templo; no hay acusación de blasfemia ni desgarramiento de las vestiduras; no hay sentencia condenatoria. La reunión del sanedrín es un elemento más del poder de las tinieblas mencionado a 22,53, poder que se hace fuerte contra Jesús. Lucas otorga categoría de proceso a lo que de hecho no es otra cosa que la preparación de la acusación contra Pilato.
En Marcos el gran sacerdote pregunta a Jesús si es el Cristo, el hijo del Bendito (14,61). Lucas desdobla la pregunta y no la formula el gran sacerdote, sino el colectivo del consejo reunido. Desde la óptica de las comunidades cristianas se podría decir que hay una pregunta sobre el mesianismo y otra sobre la condición divina de Jesús. "Si tu eres los Mesías, dínoslo" (v.67). A los judíos les interesa desacreditar Jesús como falso profeta. No hacen otra cosa que aplicar el Deuteronomio: "Si un profeta se atreve a decir en mi nombre palabras que yo no le haya mandado, este profeta morirá" (18,20). Repetidamente le han pedido una señal que Jesús ha rechazado (Lc 11,16.29; 20,2). Pero las pretensiones mesiánicas tenían también un carácter político. El mesías era un descendiente de David con ambiciones políticas que servirían para sublevar Israel contra los romanos. De esta forma de entender el mesianismo se valdrá el sanedrín para presentar una acusación contra Jesús ante Pilato. Los romanos tenían los oídos muy finos cuando se trataba de cualquier levantamiento revoltoso.
La respuesta de Jesús es ambigua. En cierto modo piensa que es inútil responder porque la decisión sobre su muerte ya ha sido tomada de antemano. Con todo, Jesús hace un pronunciamiento: "El Hijo del Hombre estará sentado a la derecha de Dios todopoderoso" (v.69). En las palabras de Jesús hay una referencia a Dn 7,13 y el salmo 110,1. Con ellas Jesús quiere decir que él es el Mesías, pero no del estilo que ellos piensan. Es el Mesías que ha de venir para el juicio del fin de los tiempos. En este sentido, Jesús, el juzgado, se convierte en juez de sus acusadores.
"Por tanto, tú eres Hijo de Dios?" (V.70). los judíos podían identificar el mesías con el Hijo de Dios. Dicho salmo 110 daba soporte a este pensamiento. Aquí no se trata de una filiación ontológica en el sentido que la teología cristiana desarrollará posteriormente con gran profundidad. La ambigua respuesta de Jesús viene a decir: sois vosotros los que lo decís, yo no digo nada al respecto. Pero el hecho de no dar una negativa clara es el que otorga al sanedrín la prueba teológica que estaban esperando. Jesús se otorga unas prerrogativas divinas por las que no ha dado ningún aval ni ninguna señal.

De puertas adentro, Jesús es un blasfemo porque se ha proclamado Hijo de Dios. Tal pretensión se desacredita con la muerte en la cruz porque, como dice el Deuteronomio: "Todo hombre colgado de un madero es un maldito de Dios" (21,23). La cruz es el descrédito teológico y social por excelencia. De cara a los romanos la expresión será traducida en los términos políticos equivalentes: mesías rey, a pesar de que Jesús se guardó muy bien de otorgarse este título.

Domingo de Ramos 20 de Marzo de 2016

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