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El texto que leemos en la segunda lectura de este domingo se inscribe en la defensa que Pablo hace de su apostolado, insertada en la segunda carta a los Corintios (2 Cor 5,17-21). Llama ante todo la atención es el uso reiterado del término reconciliación o reconciliar. Vale la pena averiguar el significado de esta expresión.
Pablo comienza diciendo que se ha inaugurado un tiempo nuevo en el que Dios nos ha reconciliado con él y, a partir de ahora, los que viven en Cristo son una nueva creación. Según la apocalíptica judía, el nuevo acto de creación inauguraba el tiempo último y definitivo. A partir del siglo I aC. La apocalíptica judía elaboró ​​la teoría de los dos eones, el presente y lo que está por venir. Entre ambos hay una diametral oposición. El eón presente es el de la injusticia, del pecado, de los trabajos, de la caducidad, en cambio, el eón futuro pertenece completamente a Dios, es esencialmente bueno y está lleno de vida y felicidad. Pues bien, Pablo entiende que este nuevo y definitivo eón ya ha entrado en funcionamiento a partir de la muerte y resurrección de Jesús. A semejanza de un rey que en la inauguración de su reinado proclama una amnistía, Dios, al llegar el nuevo eón con la muerte y resurrección de Jesús, ha realizado la reconciliación.

El término reconciliación está inspirado en el lenguaje civil usado en el ámbito helenista para hablar de la reconciliación entre estados, ciudades o individuos; sirve para designar el cambio o el paso de la hostilidad, la ira, la guerra hacia la paz, la amistad y la fraternidad. También se usa para designar la reconciliación de las personas en el ámbito familiar, en este sentido, se usa para referirse a la reconciliación matrimonial.
Si Dios proclama una reconciliación, donde estaba la pelea o la enemistad?. La realidad de la reconciliación se basa en una experiencia fundamental de Israel que, a pesar de sus infidelidades idolátricas, Dios se mostró siempre dispuesto a la reconciliación. (Sal 78,38; 103). Para Pablo la reconciliación es necesaria porque toda la humanidad se encuentra en situación de desesperada perdición. (2 Co 1,18 a 5,21). Al comienzo de la segunda carta a los Corintios se entretiene en describir el distanciamiento con Dios, tanto por parte de los paganos como los judíos. La reconciliación fundamenta una nueva relación entre Dios y los seres humanos y la pacificación del universo entero.

La reconciliación prevé a menudo la implicación y participación de un mediador, sujeto activo, decisivo y determinante en los tratados de paz. Puede hacer de transmisor entre las dos partes, o bien puede ser el que proclama los acuerdos alcanzados. Este es el papel de Pablo. Él es embajador de la reconciliación. Anuncia la realización de esta y procura que sea aceptada. Aquí radica la razón de ser de su ministerio. Ante la importante disputa, a raíz de la comprensión de su apostolado, en la que sus adversarios se jactaban de sus experiencias de éxtasis y poderes milagrosos, Pablo, en cambio, se presenta como el embajador de la reconciliación que se efectúa en la muerte de Jesús.

El camino de la reconciliación es la muerte de Jesús. Reconciliación es una manera de designar el evento salvífico realizado en Jesús. La lectura termina con el uso de una fórmula tradicional, donde llama la atención un curioso intercambio de papeles: el justo, no pecador se convierte en pecador a fin de que el pecador se convierta en justo. Así se explica el carácter beneficioso de la muerte de Jesús.

Domingo 4º de Cuaresma 6 de Marzo de 2016

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