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Santísima Trinidad. Ciclo B
Barcelona, ​​31 de mayo de 2015

El misterio de Dios supera infinitamente lo que la mente humana pueda captar.
Pero Dios ha creado nuestro corazón con un deseo infinito de buscarlo a Él, el Único, de tal forma que no encontrará consuelo eficaz ni reposo seguro si no es en Dios. Nuestro corazón, con su deseo insaciable de amar y de ser amado, nos abre una rendija, una fisura para poder intuir el misterio inefable de Dios.

En su delicioso relato de El Principito Antoine de Saint-Exupéry hace esta sabia afirmación: "Sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos."
Es una forma hermosa de exponer la intuición de los teólogos medievales: "Ubi amor, ibi est oculus": Donde reina el amor, allí hay ojos que saben ver.
San Agustín lo había dicho siglos antes de una manera más directa: "Si ves el amor, ves la Trinidad."

Cuando el cristianismo habla de la Trinidad significa que Dios, en su misterio más íntimo, es amor compartido, estimación compartida.
Dios no es una idea oscura y abstracta
–no es energía oculta, escondida
–no es una fuerza peligrosa
–no es un ser solitario y sin fisonomía
–no es un rostro apagado, indiferente
–no es una sustancia fría, impenetrable.

Dios es Ternura desbordante de amor.
Este Dios trinitario es fuente y cima de toda ternura.
La ternura inscrita en la persona humana tiene su origen y término en la Ternura que constituye el misterio de Dios.

Por eso la ternura no es un sentimiento más,
–es signo de madurez y vitalidad interior
–brotaa de un corazón libre, capaz de ofrecer y recibir amor
–un corazón "similar" al de Dios.

La ternura es el sello, la huella, el cuño más claro de Dios en la creación, lo que expresa el grado de humanidad de una persona.

Esta ternura se opone frontalmente a dos actitudes muy extendidas en nuestra cultura actual:
1. La dureza de corazón entendida y vivida
–como barrera
–como muro
–como apatía
–como indiferencia y frialdad ante el otro

2. Y el repliegue sobre uno mismo, es decir:
–el egocentrismo feroz
–la ausencia de interés y de solicitud en la búsqueda del bien real del otro y de los otros.

El mundo se encuentra hoy ante una grandiosa alternativa entre
–la cultura de la ternura y, por tanto, del amor y de la vida
–o una cultura del egoísmo y, por tanto, de la fría y muda indiferencia, de la violencia y de la muerte.

Los que creemos en la Santísima Trinidad sabemos y tenemos claro que debemos promover, que debemos fomentar, de que debemos examinarnos y qué debemos exigirnos.
En una palabra: ternura viva en vez de frialdad heladora.

¿La vivimos, nosotros, esta ternura?
¿Sabemos ofrecerla con naturalidad espontánea y sincera?
No se trata de hacer comedia sino de proceder sinceramente y de actuar con noble franqueza.

Actuar así, aunque nos la rehúsen.
Actuar así, aunque nos la critiquen.
Actuar así, aunque hablen mal de nosotros.

Son ellos los que saldrán perdiendo.

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