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"Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador". Con estas palabras comienza el texto del evangelio (Jn 15,1-8) de este 5º domingo de Pascua. Jesús se vale de una imagen conocida por sus oyentes, tanto porque se encuentra en el Antiguo Testamento, como porque el cultivo de la vid era habitual en tiempos de Jesús. Isaías usa la imagen de la viña (Is 5, 1-7) y la usa para describir la infidelidad del pueblo de Israel al trato amoroso por parte de Dios, ya que los frutos esperados han sido del todo contrarios a los proyectos iniciales: la uva ha salido agria (4), la justicia ha sido injusticia y la misericordia miseria (7). El mismo tono tienen las quejas de Oseas, cuando se lamenta de que Israel era una cepa fecunda, pero, a mayor fertilidad, mayor era la idolatría, que daba como fruto (Os 10,1).

El autor del evangelio de Juan se da cuenta de que los discípulos de Jesús, el nuevo Israel, pueden caer en la misma trampa en la que cayó el viejo pueblo de Israel y por ello los pone en estado de alerta.

La imagen de la vid y la cepa no es banal. Entre la cepa y el sarmiento corre la misma y única savia, que los une indefectiblemente y conlleva que sean prácticamente lo mismo. Del mismo modo que los sarmientos reciben la misma savia, que proviene de la cepa, los discípulos reciben la auténtica vida del mismo Jesús. Así queda trabada la unidad entre los sarmientos y la vid. Por eso el sarmiento separado de la cepa, al dejar de recibir la afluencia de la savia, se seca y deja de dar fruto. Este es el atractivo de la imagen, que sirve para prevenir lo que puede pasar en una comunidad, cuando sus miembros pierden la conexión con el grupo unido y bien trabado, imagen de Jesús vivo y presente.

Detrás de la imagen está la advertencia de que fuera la comunidad es imposible dar ninguna clase de buen fruto. Fijémonos en que el texto habla de manera insistente (6 veces en el tramo de 8 versículos) en la unidad de los discípulos con Jesús. La insistencia responde a la prevención del peligro y el peligro existe porque ya se han dado, probablemente, dentro de la comunidad, algunos casos de disidencia y separación. El peligro de ir por libre está y el hecho de mantenerse en el abrigo de la comunidad no significa una sumisión incondicional y acrítica a las directrices, provenientes de la rigidez a una iglesia institución, sino participar de la savia dinamizadora, que sólo se encuentra en una iglesia comunidad y que es la única capaz de hacer que esta dé fruto y no se anquilose en la autocontemplación de sí misma.

Domingo 5º de Pascua B

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