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Catalunya Religió
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Fotografia: Diócesis de Bilbao.

ANTONI BATISTA –CREl legado de Juan Maria Uriarte, obispo emérito de Donostia, escribe una página brillante y emotiva del compromiso histórico de la Iglesia vasca con la sociedad civil de una tierra que remonta un conflicto atávico a la retaguardia del imperio romano, luchando por mantener una preciosa lengua que resistió a ser subsumida por el latín. La Iglesia vasca ha estado junto a su pueblo defendiendo el euskera, pero también tratando de llevar la paz, que se rememora evangélicamente en cada misa, al último terrorismo de la vieja Europa.

Juan Maria Uriarte falleció a los 90 años el pasado 17 de febrero. Su aportación al final de ETA es muy importante como mediador, pero también como motor imprescindible del proceso de reconciliación de una sociedad tensa y fracturada. Era psicólogo y sabía cómo debía tratarse los delicados temas del dolor y del luto, poniendo en común sufrimientos que eran pares, independientemente de quien fuera el victimario; así, un padre redentorista, Alec Reid, fue construyendo los cementos de la paz en Irlanda, una colectividad aún más dividida, y así don Juan María se convertía en Juan Mari, respetado por unos y otros, y establecía lazos afectivos entre víctimas de trincheras opuestas.

La importancia de la reconciliación y la paz por Uriarte

Inolvidable en esta línea su participación esencial en la jornada académica “Hablemos de reconciliación”, celebrada en la Facultad de Historia de la UB, el 21 de noviembre de 2012, para conmemorar el duodécimo aniversario del asesinato de Ernest Lluch. Participaron víctimas de ETA –la propia hija de Lluch, Rosa Lluch, profesora del centro–, víctimas del GAL y representantes del colectivo de presos, alguno con delitos de sangre, y de la izquierda aberzale. Fue un acto histórico porque, por primera vez, la izquierda independentista, en la voz y el discurso del portavoz de Sortu Pernando Barrena, reconocía y lamentaba ante víctimas el daño y el sufrimiento causados ​​por la violencia de ETA. Monseñor Uriarte fue el bálsamo de todas las heridas y abrió el acto con una ponencia memorable sobre la reconciliación, que después desarrollaría en su libro La reconciliación (Sal Terrae, 2013). Defendía que la paz debía formularse no por pasiva como ausencia de violencia sino propositivamente trenzando una sociedad sin divisiones, con respeto y reconocimiento del adversario sin que ninguna de las partes tuviera que renunciar a sus ideas, a ser quienes eran, a la identidad que sentían. El arranque fue emotivo:

“Participar en esta jornada consagrada en el recuerdo admirativo de Ernest Lluch tiene para mí una relevancia especial. He intentado en mi vida episcopal defender y promover el diálogo eclesial, social y político. Desde esa modesta preocupación he admirado siempre la lúcida y apasionada opción de Ernest Lluch por el diálogo político, por la función mediadora, por la creación de puentes de comunicación y por la abolición de muros separadores. A él ya los suyos dedico mi conferencia”. (Todas las ponencias están editadas por las Publicaciones y Ediciones de la UB, “Hablemos de reconciliación. Un encuentro con víctimas del conflicto vasco”, 2013).

SU TALANTE CERCANO Y COTIDIANO LE FUE MUY ÚTIL DURANTE LA OTRA FACETA DE SU VIDA: HACER CURSOS A CURAS Y TERAPIAS, CUANDO ERA NECESARIO

El obispo Uriarte podía situarse en el espacio intersticial entre dos personas enfrentadas al límite, quizás incluso con odio, y hacerlas sentir cómodas, a partir de su tranquilidad de espíritu y de, como buen psicólogo –todo un psicólogo con título de la prestigiosa universidad de Lovaina–, dejar hablar y saber escuchar. Tenía un hablante pausado, un talante tranquilo, un discurso denso pero llanamente expuesto, y mucho sentido del humor que adornaba cuando era necesario con anécdotas que hacían compartir siquiera una sonrisa en la que quizás no habría compartido nada más. Aquella de su amigo Javier Clemente, entrenador después de futbolista, que cuando fue a verle por primera vez cuando era obispo de Zamora -tiempo prehistóricos sin navegadores- preguntó a un peatón cómo se iba a la catedral, y el interlocutor, travieso, le respondió: mal rayo, señor Clemente, si un león de piedra picada como usted no sabe dónde está la catedral... ¡En referencia al estadio de San Mamés!

En la distancia larga de la tarima del conferenciante o en la mesa de negociaciones, mantenía las formas y un poderoso discurso argumentativo, sabio y erudito, y en la distancia corta se acercaba de una manera natural, era cariñoso y tierno, buen conversador y, como buen vasco, apreciaba la buena mesa y los buenos vinos de La Rioja y la Ribera. Este talante cercano y cotidiano le fue muy útil en la otra faceta de su vida –podríamos decir que la vida oculta, la que no trascendía–que era hacer cursos a curas y, cuando era necesario, terapias, sobre las problemáticas de su estatus. Estas experiencias le habían llevado a una elaborada teoría sobre el celibato y la religión vista intelectualmente, un ámbito que le permitía establecer un marco de debate interesante con los no creyentes.

MONSEÑOR URIARTE FUE MEDIADOR EN LAS CONVERSACIONES DE LA IZQUIERDA ABERTZALE Y ETA CON EL GOBIERNO DE AZNAR PARA ELABORAR EL PROCESO DE RECONCILIACIÓN. EL ACTUAL OBISPO DE BILBAO,HA DESTACADO "SU CAPACIDAD PARA CONECTAR CON LOS DIFERENTES"

El obispo Uriarte es –el presente histórico permanente que merece su obra- toda una sinécdoque de una Iglesia vasca que, a partir de unos principios religiosos sólidos y arraigados como los discípulos pétreos de Oteiza en Arantzazu, llenos de tradiciones y cultos, defendió a su país ya su gente. No debe quedar tan lejos que un obispo vasco, Mateo Mujica, junto con el cardenal Vidal y Barraquer, se negó a firmar la carta colectiva del episcopado español apoyando a la "cruzada" franquista. Más hacia aquí en el tiempo, junio de 1970, el obispo Cirarda acabó con la tradición de celebrar tedeos en la basílica de Begoña conmemorando “la liberación de Bilbao”. Su sucesor, el obispo Antonio Añoveros, en una homilía de la Cuaresma de 1974 -hace exactamente cincuenta años-, defendió la identidad vasca, creando un conflicto serio con el Estado español, que le confinó en arresto domiciliario porque él resistió a marcharse al exilio.

En los últimos episodios del fin de ETA, intervino la diplomacia vaticana, con el cardenal Roger Etchegaray, nacido en Bayona, que fue presidente de la Conferencia Episcopal Francesa, y el obispo José Sebastián Laboa, embajador de la Santa Sede en los asuntos de Panamá y Libia. Y, cómo no, monseñor Uriarte de mediador en las conversaciones de la izquierda aberzale y ETA con el gobierno de José María Aznar, en pleno proceso de la tregua de Lizarra Garazi –1998-, la distensión más larga hasta entonces y que va ser el campamento base de las conversaciones de paz definitivas del gobierno Zapatero, y el elaborado proceso de reconciliación. Todo ello, empezando por la logística, contó con el papel decisivo del discípulo querido de don Juan María: el actual obispo de Bilbao, Joseba Segura, que ha destacado "su capacidad para conectar con los diferentes". Entre bambalinas, el obispo Karmelo Etxenagusia, de la Real Academia de la Lengua Vasca, traspasado en 2008, y la discreción, la elegancia y conocimientos de teología, economía y patrimonio cultural de Gaspar Martínez Fernández de Larrinoa, antiguo secretario general del obispado de Bilbao y profesor emérito de la Facultad de Teología de Vitoria-Gasteiz. Uno de los amigos más cercanos de Uriarte, y uno de los encargados de las ceremonias funerales en Begoña, al pie del Amatxu en la que profesaba una devoción casi familiar.

En las últimas conversaciones que tuvimos –una amistad sólida de mucho tiempo--, me explicaba cómo rezaba y el sentido de la oración en el momento de prepararse para la muerte: con respeto, pero sin miedo, porque el miedo, decía el psicólogo, merma a las personas. En paz descanse monseñor Juan Maria Uriarte Goiricelaya, vasco universal, uno de los grandes de la Iglesia.

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