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En los domingos 22 y 23 durante el año, leemos en el evangelio una selección de versículos del capítulo 7º del evangelio de Marcos. Los que se han seleccionado para este domingo (7,1-8a. 14-15. 21-23) hablan de las leyes de pureza en cuanto a la manera de comer los alimentos.

La situación que se da en el trasfondo de la primera parte del capítulo es el de una separación entre unos cristianos que están en la línea de Jesús y otros que se mantienen en una tradición más conservadora representada por el judaísmo rabínico que se va configurando en el época de la redacción del evangelio de Marcos. En las incipientes comunidades cristianas, los seguidores de Jesús abandonan las normas de pureza que los fariseos defienden con pretendida autoridad. Su pretensión extender a todo el pueblo unas normas de pureza consignados en el libro del Levítico que, en principio, sólo afectarían la conducta de los sacerdotes en el templo.

Ante lo que está pasando, fariseos y escribas vienen de Jerusalén a inspeccionar la situación. Es un comportamiento similar al descrito en Mc 3,22. Ellos se sienten encargados de velar por la ortodoxia alimentaria y forman la base de un nuevo judaísmo rabínico que va tomando vuelo al mismo tiempo que van creciendo las comunidades de Jesús.

A la ley escrita, la Torá (nuestro Pentateuco) se ha ido incorporando una ley no escrita, transmitida oralmente i a la que se le da el mismo valor que la Torá porque se consiadera proveniente de Dios y de Moisés. A esta ley no escrita pertenecen los preceptos sobre alimentos. Para estos fariseos y escribas, opositores de Jesús, la ley crea en el pueblo un sentido de identidad, conciencia de pertenecer a un grupo bien definido y distingue el pueblo separándolo de elementos de fuera que puedan perturbar este sentido de identidad. La ley es un muro de contención que fortalece lo que hay dentro y protege de lo que viene de fuera.

Es interesante leer el pasaje en la perspectiva del episodio de la multiplicación de los panes (Mc 6,30-44). Allí los discípulos de Jesús les importa más que nada el pan compartido; el ritual de purificación de los que comparten mesa con ellos les resulta secundario. Jesús ofrece su alimento compartido a todos, sin distinciones de ningún tipo y menos aún distinciones entre el puro y lo impuro. Por el contrario, los fariseos y escribas están preocupados por el mantenimiento de las normas de pureza porque estas identifican y separan, marcan quién es quién, señalan los que tienen derecho a ser del grupo y ponen fronteras para separar los que no lo son. Al comer limpio que cumple con todas las normas, se contrapone la comida abierta que comparte lo que se tiene y está abierta a los pobres y todos.

La crítica de los fariseos y escribas no se dirige a Jesús. Este, en todo caso, aparece como el defensor de una determinada interpretación de la ley que avala los posicionamientos de aquellos sectores de la comunidad de Marcos contrarios a los posicionamientos del naciente rabinismo. Este defiende la unidad entre Escritura y Tradición, afirmando que ambas provienen de la misma revelación que Dios envío a Moisés en el Sinaí. Jesús se opone a este pensamiento y dice que las tradiciones de los antepasados, tal como dicho rabinismo enseña y defensa, son enseñanzas puramente humanas y sólo sirven para ejercer un control social.

Para mantener viva la identidad de un pueblo hay que mantener encendida las tradiciones, por ello es básica la autoridad de los ancianos. Allí donde se rompa el cordón umbilical con los ancianos, la tradición se rompe y el pueblo se destruye, así lo ven fariseos y escribas. Las palabras de Jesús, en cambio, quieren alertar que las leyes cerradas de pureza en la comida pueden convertirse en un invento puramente humano, obra de quienes buscan más sus propios intereses que cumplir la voluntad de Dios.

Domingo 22 durante el año. 2 de Septiembre de 2018.

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