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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
El Corriere della Sera, el más importante de los diarios milaneses, ha inaugurado recientemente una serie de artículos acogidos bajo el epígrafe de «buenas noticias». El eco ha sido notable en los diversos medios. La creación de este espacio apunta a una necesidad a la vez que expresa una anomalía. En el contingente inmenso de noticias que cada día saltan a los teletipos, a los espacios informativos de televisión, a las pantallas de los ordenadores o de los teléfonos móviles, predominan en un porcentaje altísimo las malas noticias. ¿Por qué? ¿Acaso porque se producen más hechos conflictivos? ¿Acaso porque la selección que realizan los periódicos obedece a la idea de que el morbo y los escándalos siempre suscitan mayor audiencia? ¿Cuál es el filtro que se utiliza para su publicación? Crear un espacio reservado a las buenas noticias puede ser una excelente idea, pero presupone que el resto del periódico se dedica a malas noticias o, al menos, a informaciones neutras. ¿Por qué resulta tan difícil encontrar noticias buenas? ¿Es problema de los periodistas o también de los lectores, que piden material de basura para satisfacer su curiosidad? ¿Por qué existen tantas reticencias ante los hechos constructivos y las actitudes generosas? ¿Por qué el bien genera tanto escepticismo? Siempre que hay una buena noticia, cuesta aceptarla, como si hubiera gato encerrado, como si no se nos dijera toda la verdad, como si se ocultara algo vergonzoso, como si detrás de cualquier pública virtud se agazapara un vicio privado. El aluvión de noticias negativas, de malas noticias, al que estamos asistiendo contamina el ambiente moral y psicológico de las personas y de la sociedad. No es extraño que aumenten las depresiones. Queda margen escaso para la esperanza.
Existen buenas noticias, malas noticias y noticias falsas. No siempre es fácil señalar la tipología de cada noticia, porque su presentación obedece, casi siempre, a criterios de subjetividad. No hay que confundir una buena noticia con una noticia agradable y menos aun con un engaño. La buena noticia se nutre de valores, de contenidos humanos profundos, de propuestas esenciales, del servicio a la verdad. Que un presidente de gobierno diga que «estamos en la Champions League de la economía mundial» o que otro afirme que «España va bien», tal como ha sucedido con los dos últimos presidentes del Gobierno español… ¿son buenas o malas noticias? Son noticias falsas con una pátina de mensaje optimista, que no responde a la realidad. La economía ha demostrado que estamos en regional y no en la máxima categoría. Para decir si un país va bien, hay que ver si las medidas adoptadas tienen proyección a largo plazo. Hemos visto estallar la burbuja inmobiliaria y las cajas de los bancos, cuyo origen tiene sus raíces en las épocas en que se repetía sin cesar la cantinela del «España va bien».
La óptica cristiana se nutre del evangelio de Jesucristo, palabra griega que significa «buena noticia». Se puede proponer un método de leer e interpretar la realidad a la luz del evangelio. Se elige cualquier hecho, problemático o no, y se pregunta frente al mismo: «Cuál sería en este caso la buena noticia?» Frente al maltrato de la mujer, por poner un ejemplo, ¿cuál sería la buena noticia? ¿Perderse en análisis sociológicos o, por el contrario, defender con firmeza la dignidad de la mujer, estimular su autoestima, sancionar al agresor procurando transformar su actitud, promover las relaciones igualitarias de respeto y convivencia? Todo aquello que libera a la persona, que la hace más amorosa y verdadera, es buena noticia.
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