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Por Ramon Bassas .


Todo el mundo dice que la corrupción, o sencillamente muchas malas prácticas en el mundo de los partidos y las instituciones públicas, han llevado al descrédito de la política. Sospecho que hay elementos más complejos pero, efecivamente, la falta de "calidad" que atribuimos a la política favorece, en mi opinión, reacciones al margen de ella. No hablo de la "desafección" pasiva que, en buena parte, explicaría el alto grado de abstención en algunos procesos políticos de los últimos tiempos, sino de una "reubicación" activa del voto en opciones claramente diferentes de las que se asocian al statu quo constitucional. En mi opinión, esta reubicación tiene rasgos prepolíticos muy reveladores del agotamiento del modelo político trazado desde 1978. El principal rasgo, seguramente por oposición a la cantinela diaria de procesos judicales abiertos por corrupción ligados a la política, es el "moral". El golpe de la revelación del presunto fraude fiscal del presidente Pujol, y el sucesivo rosario dinástico, introduce en Cataluña una variante brutal por la defenestración como "referente moral" de alguien a quien, en realidad, aunque no lo he votado nunca, vale mucho más como "referente político", pero que se había empeñado en proyectar su vértice moralizador más allá de su obra política.

Tiempos duros, valores blandos
Así, las respuestas ciudadanas más genuinas de la "crisis de la política" no tienen lugar en términos políticos sino en términos morales. ¿Cómo casa esta tendencia con las que se observan respecto al relajamiento de los valores comunitarios y el ensalzamiento de los individuales y utilitarios de la que hablan los expertos? Apunto dos modestas hipótesis. Una, por la ley del péndulo; al echar de menos algunos límites los reclamamos. Límites a los sueldos y mandatos de los políticos, límites a la privacidad de su tarea, límites fronterizos en Cataluña, etc ... "Hasta aquí hemos llegado!", decimos. Y ponemos un límite. Dos, por la ausencia de instituciones "productoras de moral" suficientemente creíbles (que como el expresidente, han perdido el título de honorable). De ahí la simpatía y esperanza por el Papa Francisco también entre el mundo no católico, como contrapunto de una Iglesia que mientras condena la homosexualidad oculta abusos de sus clérigos a niños, por decirlo a lo bruto. Si entre Francisco y todos juntos no se arregla, es probable que en la búsqueda de "referentes morales" no vuelva a haber la Iglesia y, como decía Chesterton, acabemos creyendo en "cualquier cosa", es decir, sustituyendo las opciones políticas para opciones morales, por ejemplo.
¿Moral o política?
Podría poner el ejemplo de Podemos o de la idependencia de Cataluña como fenómenos típicos de este proceso. Los primeros, denunciando a la "casta" ("todo los problema de la política son los políticos y basta ser auténtico para que todo empiece a cambiar"); lo segundo, situando la cuestión en confundir independencia con libertad y, obviamente, preguntándose a continuación si tenemos derecho a ella o no. No, voy a poner un caso más cercano. Hace pocos meses, el gobierno español instaló una valla en la frontera de Melilla con objetos cortantes, por lo que, quien quisiera saltársela, recibía contundentes heridas o amputaciones físicas. Es una barbaridad, claro, y así lo deuniciaron tanto la oposición como muchas entidades ciudadanas, incluida la Iglesia católica. Yo, sin embargo, de la oposición esperaba alternativas políticas, no denuncias morales (solo). La pregunta moral es si es lícito hacerlo y la respuesta parece ser no. La pregunta política es otra: "y usted, ¿qué cree que habría que hacer contra la inmigración ilegal?". Al situar el debate público en la esfera moral, en el fondo, legitima para la política la única respuesta existente, la de la valla. Igualmente pasa, Pienso, con la cuestión palestina o los desahucios. No, los políticos deben presentarnos alternativas políticas (es decir, parciales, comprometidas, incompletas, pactables, feas), aunque sea un trabajo ingrato y, claro, poco auténtico. La moral, pues, es pre-política y, aunque es obvio que es un ámbito también de consensos políticos, el de la prepolítica, no es el lugar natural de hacer la.
El dilema catalán
En el caso de la deriva independentista de una buena parte de la sociedad catalana (en busca de "reubicación activa", como decía antes) y su carácter definitivo y definitorio de la política catalana de los últimos dos o tres años, el dilema se concentra también en el vacío político vertiginoso que lo preside. Prueba de ello ha sido el ridículo en el que han jugado los presidentes Mas y Rajoy para justificar que no se llamaban. ¡Es el principal desafío de los dos gobiernos y no encuentran tiempo de llamarse! Cuando pienso que son tan insensatos que quizá no haya ni un equipo negociador en la sombra me entra un sudor frío. ¡En manos dequien estamos! Mi parte optimista, asimismo, se mira el dossier de los 23 temas "ajenos al Tema" que parece que el presidente Mas depositó sobre la mesa monclovita. Bueno, si hay veintitrés tres cosas más a hablar es que vamos bien. Pero, y volviendo al hilo, no deja de haber una sensación muy angustiosa de ausencia de propuestas políticas y de sobre-presencia de consideraciones "morales": "queremos votar", la primera; "Somos una nación y tenemos derecho a la independencia", la segunda; y así ir tirando. Una actitud pre-política ante la que hay una de idéntica, pero al revés, considerando la unidad de España como "bien moral", como dice el arzobispo Rouco Varela, o la que mantiene el Gobierno que podríamos llamar post-política: se debe cumplir la ley y haremos todo lo posible para hacerla cumplir. Incluso las leyes fiscales, como ha comprobado Pujol.
Entre la pre-política y la post política, pues, echamos de menos la política, que las enlaza, que cumple un rol insustituible por ninguna de las otras dos. Que se distancia del moralista, como bien sabemos desde el Renacimiento, pero también del burócrata; los que nunca pactarían, ni cederían, ni pondrían el "programa máximo" en segundo término ni mirarían lo que miran los políticos que lo son de verdad: qué podemos ganar y que nos conviene. A mí, claro, pero también con quien negocio. Y que dejarían el resto a los curas ya los funcionarios. O los que tengan vocación de serlo.
He hablado anteriormente en "Valors tous en temps durs", "La moral de les putes" (estos dos primeros en catalán),"Un 'pacto' con el entusiasmo, por favor" y "El rechazo adverbial".
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