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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Un flashback cinematográfico, a guisa de un viaje a través del túnel del tiempo, nos sitúa en el 18 de agosto de 1150, cuando al Ramon Berenguer IV, conde de Barcelona, a instancias de Bernardo de Claraval, da unas tierras de la Conca de Barberà a la abadía de Fontfreda, para que se edifique un monasterio cisterciense. Un año después, doce monjes llegan al lugar para formar la primera comunidad y empezar su construcción.

Volvemos a la actualidad. Fra Octavi Vilà, abad de Poblet, es nombrado por el papa Francisco obispo de Girona. Integra en su señal heráldico elementos del obispado gerundense con elementos propios de la vida cisterciense, bandas amarillas y azules junto al lirio blanco, reflejo de la devoción mariana. Extrae su lema episcopal del Tractado De consideratione de Bernardo de Claravall, que aúna en su vida mística y acción. Su escrito se dirige a su discípulo y amigo el papa Eugenio III, cuando le comunica las características que debe tener un pontífice, entre las cuales destaca: «Præsis ut prodes», es decir, «estás al frente para servir». Una vez ordenado obispo de Girona, Poblet cuenta con un nuevo abad, fra Rafel Berruè, que anteriormente era prior.

El papa Francisco, el 17 de octubre de 2015, pronunció un discurso para conmemorar el 50 aniversario de la institución del Sínodo de Obispos. En la cumbre del Pueblo de Dios se sitúa el Colegio Apostólico, culminado por el apóstol Pedro, como la roca. Así como en la sociedad la máxima autoridad, quien la preside, está arriba del todo, en la Iglesia la pirámide queda invertida: la cima se encuentra por debajo de la base. Cuanto más arriba, más abajo. Cuanta mayor es la presidencia, mayor debe ser la actitud de servicio. En su última cena, Jesús lava los pies de sus apóstoles. La propuesta evangélica de Jesús es profundamente novedosa: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor» (Mt 20,25-26).  De eso se trata. No de servirse de los demás, sino de servir a los demás. Un lema que nos impulsa a reflexionar sobre la autoridad como servicio para alejarnos de las ansias del poder. Fra Octavi afirma que «Un obispo no puede hacer la vida de monje, se alejaría de lo que le toca hacer». Como san Bernardo de Claraval, se trata de ser hombre de acción sin renunciar para nada a la espiritualidad y a la mística. Siempre para servir.

Los cargos políticos, las responsabilidades eclesiales, las presidencias de cualquier tipo y ámbito no deben ejercerse para la exaltación propia de quienes los ostentan, sino para el servicio de los destinatarios de su función. Tarea muy difícil, pero que no admite excepciones de ninguna clase.

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