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Todo el mundo estará de acuerdo en que el esfuerzo es una de las disposiciones más reivindicadas últimamente. Sin ir más lejos ha tenido una enorme cantidad de referencias en la última campaña electoral. En el contexto de la crisis económica ha sido reclamado por entornos externos e internos en nuestro país, con connotaciones de carácter estructural, empresarial o personal.También para hacer avanzar el ecologismo y la sostenibilidad. En el ámbito de la educación es un valor que la mayoría de educadores considera de fomento prioritario. Preguntarnos sobre el origen de esta demanda o sobre la razón de la dificultad de su práctica en el contexto cultural actual no es nada banal. Pero ambas preguntas nos remiten necesariamente a una cuestión nuclear: ¿qué aporta?
El esfuerzo conlleva una manera de proceder. El esfuerzo supone, en primer lugar, el discernimiento en la elección de un propósito o un proyecto. Implica conocer y acercarnos al bien que necesitamos. Esto ya es una ganancia. El esfuerzo, además de hablar de las metas, hace énfasis en las condiciones o exigencias del itinerario. Este es un segundo aspecto positivo. No todos los recorridos se hacen igual. Este es el camino de la regularidad, del estar atento, el rigor... Entonces se convierte en cuna y vivero de la constancia y de la responsabilidad. El esfuerzo hace viable, espolea, aproxima al objetivo que nos proponemos. Es el gran aliado que acerca lo que parece o es difícil. Produce cansancio pero a la vez satisfacción porque, frecuentemente, los pequeños resultados son evidentes. Con el esfuerzo, la contrariedad, el problema, la adversidad o el reto se convierten en un estímulo personal.
El esfuerzo favorece el crecimiento de la personalidad. El esfuerzo muy ligado a la libertad y la voluntad, dos ejes fundamentales de la persona. No siempre es fácil elegir ni controlar lo que queremos. El esfuerzo posibilita el ejercicio de la libertad y de la voluntad porque facilita la superación o la reacción, la renuncia o la generosidad ante determinadas decisiones. En el marco del desarrollo profesional implica la perseverancia, mantenerse firme a pesar de las dificultades. Y en el ámbito de las relaciones personales, la tenacidad, la asiduidad y la fidelidad. Y eso supone un enorme valor para afrontar eventos nada fáciles o inesperados. El esfuerzo no da placer pero aporta satisfacción y gozo, y también autonomía, siendo ésta uno de los principales objetivos del crecimiento humano. El esfuerzo educa a la paciencia y la esperanza. Ante un futuro complejo, el esfuerzo emerge como un gran activo personal.
El esfuerzo incrementa los resultados objetivos en beneficio de la comunidad. Más allá del crecimiento personal, el esfuerzo participa en la mejora de la comunidad. Lo visualizan claramente en muchas campañas. Asimismo, los grandes problemas del presente y del futuro -la economía, la dignidad de la persona, la ecología, etc.- comportarán unas dosis importantes de esfuerzo compartido si queremos de verdad reconducir muchas de las situaciones dramáticas. El esfuerzo se convierte en la antesala de la solidaridad y del bien común.

Publicado en Catalunya Cristiana, edición 1685, 8 de enero de 2012, pg. 14.

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