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Catalunya Religió

En el funeral de este lunes de Jesús Huguet en Solsona pronunció la homilía mosén Jordi Orobitg, gran amigo de mosén Huguet, ex secretario del obispo Antoni Deig y actual rector de Mollerussa. No es lo mismo un escrito que sentirla proclamada pero es un buen retrato de la emotividad que se vivió durante funeral en una catedral llena hasta los topes. En el digital NacióDigital podéis encontrar un amplio resumen fotográfico del funeral.

(Jordi Orobitg) El señor obispo me ha pedido si podía hacer la homilía en la misa exequial por mosén Jesús. He aceptado esta confianza, que agradezco, con emoción y respeto.

Con emoción porque los lazos con la familia de mosén Jesús, la de El Poal, vienen de lejos, de los tiempos de infancia en Sant Guim. Mundeta y Emilio (epd), Facundo (acs) y Luisa, las niñas y el Facundo pequeño. El próximo domingo teníamos que venir, Jesús y un servidor, a comer. No olvido, tampoco, a Sebastià y Conchita; él fiel ayudante en las misas de clausura en Mollerussa.

A este vínculo familiar, hay que añadir el vínculo afectivo nacido con mosén Jesús cuando ambos vivimos una estrecha colaboración con el querido obispo Antoni Deig, así como cuando él fue rector de Solsona y un servidor colaboraba con él .

Pero digo también con respeto, porque la figura de mosén Jesús es tan grande y tan rica, que no sé si sabré hacerle justicia. Seguro que muchos de vosotros lo haríais mejor que yo. Y seguro que se neceista, en otro momento, hablar mucho más ampliamente. Ahora, que hable el corazón.

"¿Crees esto?"

La muerte siempre nos sorprende y suscita en nosotros preguntas, quejas, interrogantes. No podemos banalizar el sin sentido de la muerte. Ante la muerte, y más la de alguien a quien conocíamos y amábamos, no quedamos nunca indiferentes. Es una realidad lacerante, que nos provoca dolor, nos hace mal. Por ello, la queja de Marta, en la muerte del hermano que hemos escuchado en el evangelio, nos parece legítima: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto". Lo dice con el corazón roto y dolorido, como también nosotros hoy lo manifestamos en la muerte de mosén Jesús. En Marta encontramos, sin embargo, una chispa de esperanza: "pero incluso ahora yo sé que Dios os concederá todo lo que le pedís". También a nosotros, que confiamos en las palabras de Jesús: "Yo soy la Resurrecciónión y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá, y todos los que viven y creen en mí no morirán para siempre. ¿Crees esto?".

Y esta es la gran pregunta, la pregunta que mosén Jesús intentó responder con su vida. En su muerte, sin embargo, se da la paradoja, ha encontrado la respuesta. Aquella semilla de plenitud que fue plantada en él el día de su bautismo, en Fondarella, ahora ha llegado a su término.

Un vistazo a los evangelios nos hace descubrir que toda la vida de Jesús de Nazaret fue una apuesta por la lucha contra el mal: "Jesús recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la buena nueva del Reino y curando entre el pueblo enfermedades y dolencias de todo tipo" (Mt 4, 23). Buena parte de las narraciones evangélicas contemplan esta actuación de Jesús sanando y curando, liberando del dolor, del mal y de la muerte.

Con dolor, pero con esperanza, nosotros al decir adiós a mosén Jesús, creemos que Dios también está presente en su muerte y, sobre todo, en su Pascua.

Nuestro cuerpo de resurrección ya se va construyendo desde ahora, cuando vivimos según el Espíritu de Señor. Ahora, purificada la memoria, sepamos hacer nuestro todo lo bueno, bello y bonito por lo que mosén Jesús vivió y luchó.

Amorosamente crítico

Bajo aquella bondad que le caracterizaba, se escondía un corazón tierno e inquieto, lúcida y amorosamente crítico; apasionado por la libertad del hombre y de la desdichada patria, insobornable en sus principios, amigo fiel, compañero de camino.

Estos días en el Pla d'Urgell, en los ribazos de los campos y los caminos o en los cerros yermos, los almendros están floreciendo. Igual que el almendro esconde sus raíces en la áspera tierra, y vive a la intemperie, soportando veranos calurosos y fríos inviernos, vigilante, siempre atento, que con su hermosa floración anuncia la primavera que se acerca, también mosén Jesús con aquella finura y aquella aguda mirada a la realidad, nos adelantaba, con acierto, su punto de vista sobre las cuestiones más diversas.

El sacerdote que amaba apasionadamente a Dios y a la Iglesia. Un "Dios compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en amor" (Ex 34, 6), "el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre entrañable y Dios de todo consuelo" (2 Co 1, 3) . Un Dios que, de muy joven, le sedujo el corazón y ha sido el referente de toda su vida.

Y una Iglesia, que quería más madre que maestra, más fiel y arraigada a su Señor, gratuita, acogedora, pobre y de los pobres, fraternal y corresponsable, liberadora y sanadora, en comunión. Este amor suyo a la Iglesia a menudo lo hizo sufrir, y también, él, en algún momento, la hizo sufrir.

Colaboró ​​de forma extraordinaria, y con exquisita discreción, en el ministerio pastoral del obispo Deig en su etapa solsonina: la conferencia de Prada de Conflent y la Asamblea Diocesana, en aplicación del Concilio Provincial Tarraconense en nuestro país, son dos referentes.

Dotado de excelentes capacidades para el estudio, a pesar de ser de una diócesis rural, siempre supo cultivarse. Buen teólogo y argumentador convincente, puso al servicio de la Iglesia su saber, a pesar de que, a veces, no fue suficientemente valorado y comprendido.

Amaba de corazón a su gente, aquellos que se le habían confiado en Solsona, el Pi de Sant Just, en Navàs, en Linya, y tantos rincones de este Solsonès, que se había hecho suyo. Nos sentimos, hoy, un poco huérfanos. De todos es suficientemente conocida su dedicación a los enfermos y a las personas mayores, acompañando a personas y familias en los momentos de dolor y de alegría. Hombre de calle mayor, sacerdote de encuentro y de diálogo. Catequista dado a los niños y educadores de tantos.

Y ¡con qué pasión amaba Cataluña!, la patria desgraciada, que deseaba para que fuera más libre, más plena, más solidaria, generosamente solidaria, no impuestamente solidaria. Era una manera, como a menudo recordaba el obispo Deig, de concretar el amor al prójimo.

Aquella viveza y aquella frescura

Sus escritos y sus Xàldigues han ayudado a muchos. Con aquella viveza y aquella frescura tocaban el corazón y la cabeza.

Quisiera leer este escrito, publicado en Regió7 en diciembre de 2010, a modo de felicitación de Navidad. Habla por sí solo:

"Tan pronto estarás en la tierra, los habitantes del mundo aprenderán la bondad" (Is 26, 9). Este es, Señor, el ruego de que quisiera haceros esta Navidad: enséñanos a ser buenos.
Pero buenos de verdad.

Con la bondad del pan, que a todos gusta y nunca cansa.

No con una bondad triste y aburrida, sino con una bondad reconfortante, que irradie coraje y alegría y sea para los cansados ​​y agobiados como un chorro de agua fresca.

No con una bondad blanda y estéril, sino con una bondad diligente y activa, que no se espanta ante las dificultades y el compromiso, que tenga unos ojos bien abiertos para descubrir las necesidades y unas manos bien largas para remediarlo.

No con la bondad del buena fe, pero sí con la bondad del que, a pesar de todo, tiene fe en Dios y en las personas.

Hacednos buenos, Señor, con una bondad sencilla y franca, que no humille ni cargue.

Con una bondad lúcida, que, sin dejar de ver las malas pasadas, no se deje vencer por ellas.

Con una bondad que no se canse de perdonar.

Con una bondad que no se defienda, pero que desarme.

Con una bondad tan flexible con los poderosos, como misericordiosa con los débiles.

Con una bondad que abarque a todos, los buenos y los malos, los amigos y los enemigos.

Con una bondad que haga ganas de ser bueno.

Hacednos buenos, Señor, con la bondad tierna y humilde de la Navidad.

La última Xàldiga, sin embargo, la escribió el viernes por la mañana, y fue escrita a sangre y fuego de amor. Una doble parábola:

-A mosén Jesús el hombre de pueblo, ahora ya del pueblo, la muerte le sorprendió en plena calle, un día de mercado, de su Solsona amada. Donación y entrega hasta el final.

-No lo he visto, pero me lo han contado: El cuerpo de mosén Jesús estirado en medio de la calle, debatiéndose en la última agonía. El obispo Xavier, arrodillado ante él. Te veo Xavier con los ojos empañados de lágrimas, un nudo en la garganta y el corazón encogido, imposible ya ningún diálogo, dándole la bendición y reencontrándoos, en la muerte, purificadas las memorias, en la Paz y el Amor de Aquel que todo lo puede.

Descanse un paz un hombre bueno, el cura, el catequista, el patriota, el amigo sacerdote Jesús Huguet Serrano. Ruega por nosotros al Señor.

Jordi Orobitg. Rector de Mollerussa.

Solsona, 12 de marzo de 2012.

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