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Catalunya Religió
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[Fotografia 3]

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JOSEP GORDI –CR Si nos acercamos al monasterio de Sant Cugat del Vallés, aparte de pasear por los jardines que lo rodean y conocer la monumental iglesia, no podemos marcharnos sin visitar el claustro, el cual es considerado una de las joyas del románico europeo. El jardín claustral, en estos momentos, es de una armoniosa sencillez y, por este motivo, lo visitamos en nuestra serie 'Santuarios urbanos'. Queda enmarcado por la presencia de los restos de la basílica visigótica del siglo V, fragmentos verdes de césped y un pequeño grupo de cipreses.

Para entender que la imagen actual de este jardín es el resultado de la última restauración y de las decisiones que se tomaron a continuación, conviene analizar las fotografías históricas de las primeras décadas del siglo XX, puesto que no hemos dispuesto de ningún grabado o descripción de cómo era el jardín cuando la comunidad benedictina regentaba el monasterio; en todos los casos, por supuesto, que el jardín era bastante diferente al actual.

A principios de siglo XX el jardín era un espacio que sólo contaba con la presencia de árboles (Fotografías 1 y 2). Lo vemos al observar las fotografías de actos que se hacían. En cambio, a partir de los años treinta (Fotografías 2 y 3) se creó un jardín más ufano, donde el manantial se convirtió en el eje central a partir del cual el espacio quedó dividido en cuatro sectores. En los cuatro parterres se plantaron árboles, arbustos y plantas herbáceas de bonitas flores, entre las que hemos podido identificar a un grupo de narcisos.

EL CLAUSTRO DE SANT CUGAT TIENE 144 COLUMNAS Y CAPITELES QUE ALUDEN A LAS MEDIDAS DE LOS MUROS DE LA JERUSALÉN CELESTIAL

Antes de adentrarnos en los rasgos distintivos del actual jardín claustral es adecuado ubicarnos brevemente en su historia. El monasterio de Sant Cugat del Vallès era una abadía benedictina construida entre el siglo IX y el XIV. La prosperidad del cenobio fue resultado de su emplazamiento en medio de la llanura vallesana cercano a la ciudad de Barcelona donde estaba la corte condal y episcopal.

El proceso constructivo del monasterio fue muy largo, ya que empezó en el siglo IX y se acabó con la disolución de la comunidad benedictina en 1835. Uno de los elementos más espectaculares del monasterio es, todavía ahora, su claustro que se levantó en el largo del siglo XII a partir de un claustro anterior. Es peculiar el hecho de que, el maestro de obras, que acababa de construir el claustro de la catedral de Girona, dejó su firma en una pequeña lápida donde aparece su nombre y una imagen de cómo trabaja en un capitel, no es nada común este hecho en otras construcciones de la época.

El recinto contiene 144 columnas y capiteles que aluden a las medidas de los muros de la Jerusalén celestial, tal y como la describe el Apocalipsis.

EL CIPRÉS, CON LA MORFOLOGÍA QUE SE ACERCA A LA LLAMA DE UNA VELA, TIENE CONNOTACIONES ALTAMENTE ESPIRITUALES

El jardín actual del claustro (Fotografías 5 y 6) presenta una fuente en el centro que divide el espacio en cuatro partes cubiertas de césped, de acuerdo con los cuatro ríos del Edén que describe el libro del Génesis. Cabe destacar que en uno de los ángulos de este jardín hay un grupo de tres bellos cipreses. Recordemos que en el ciprés, la historia lo relaciona con los espacios religiosos, que es un árbol originario del Mediterráneo oriental y que aparece alrededor de los caminos, de masías, jardines, ermitas y cementerios. Su morfología que se avecina a la llama de una vela, le confiere connotaciones altamente espirituales.

Si nos remontamos en el tiempo, uno de sus usos curiosos fue el que hicieron los egipcios: utilizaban la madera para confeccionar ataúdes. Así pues, la tapa del ataúd de Tutankamón, 1323 a. C., es de madera de ciprés y, por tanto, tiene una antigüedad de más de tres milenios. Los griegos y romanos utilizaban la fortaleza de su madera para realizar las puertas de sus palacios y, posteriormente, también fue el material de puertas de iglesia.

La Biblia menciona sus valores y virtudes en diferentes pasajes. Veamos alguno: “En lugar de espinas crecerá el ciprés; en lugar de ortigas, el mirto. La llamada del Señor será grande, una señal perpetua, inquebrantable” (Is 55,13). También, “como un olivo cargado de fruto y como un ciprés que despega hasta las nubes” (Sir 50,10).

Podemos cerrar con el hecho de cómo los textos bíblicos y su uso han hecho del ciprés un árbol repleto de significados, de cómo quedó ligado a la vida espiritual y de cómo su esbeltez le convirtió en una digna escala hacia Dios. El pintor y escritor Santiago Rusiñol escribió un texto titulado Als cipreses  donde lo alaba con las siguientes palabras:

“Altos y severos, aterciopelados y negruzcos, vestidos de espeso musgo abrigando las ramas y señalando el cielo, los cipreses, en la tierra, parecen hitos plantados para detener al hombre y rogarle que rece. Cada uno que se va encontrando en el camino de la vida es un dedo pidiendo el silencio; cada uno que vemos junto a la ruta, nos señala, callado, a los caminantes que han caído; las raíces de cada uno han abrazado los huesos de los caídos a su sombra, chupándose los almas hacia arriba de las fibras, para dejarlas volar al estar en las ramas más altas”.

Acabamos la visita a este espacio único disfrutando de la belleza de los capiteles y de las bóvedas del claustro con el trasfondo verde del jardín, de su quietud y armonía teniendo la certeza de que nos acoge un verdadero santuario urbano.

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