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Bon estiu i fins setembre!
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Sabemos que hemos estado unos meses sin publicar en este Blog. Los miembros y trabajadores del Centre de Pastoral Litúrgica, como todas las demás entidades e instituciones, hemos dedicado todos nuestros esfuerzos a adaptarnos a un nuevo modo de trabajo, con la distancia, las dificultades y las incertidumbres que caracterizan la pandemia del COVID-19. Y es por eso que este canal ha estado en silencio. Sin embargo, esto no quiere decir que esté abandonado, ya que estamos preparando nuevos contenidos de cara a septiembre que esperamos os interesen.

Para abrir el apetito, dejamos un artículo de Josep Maria Romaguera, presidente de nuestra entidad, donde reflexiona precisamente sobre esta distancia que se ha vivido.

Así pues, ¡buen verano y hasta septiembre!

Distancias

Los últimos meses hemos experimentado cómo son, de relativas, muchas cosas. Al mismo tiempo que se nos pide que mantengamos las distancias sociales para evitar contagios, hemos experimentado que las distancias entre pueblos y continentes se han acortado muchísimo en lo referente a la exposición a una pandemia. Y al revés, al mismo tiempo que experimentábamos que no había distancias entre clases sociales en las posibilidades del contagio, hemos constatado lo profundo que es el abismo que habíamos creado entre las personas y familias que sobrevivían como podían en la economía sumergida, y que ahora han quedado sin nada, y las que gozaban de un bienestar que no lo era porque no era para todos. La medida de las distancias, pues, depende del contexto y del lugar desde el que medimos.

El abismo tan injusto que el confinamiento ha puesto de manifiesto ha evidenciado, también, que quizá mucha más gente de la que pensábamos ha mostrado una gran proximidad a la gente que sufre más. De manera que hemos podido ver cómo muchas personas se han ofrecido como voluntarias donde se necesitaran manos para paliar los efectos de la crisis; o han empezado a hacer aportaciones en forma de dinero o de alimentos, o han incrementado las que ya efectuaban antes; o cómo determinados comercios han ofrecido, también, su contribución a esta causa. Distancias que se acortan. Tenemos que felicitarnos por ello.

De todos modos, y sin quitar la menor importancias a lo que acabo de decir, hemos de tener presente que el gesto humano de dar a la persona necesitada implica, por más generosidad y gratuidad que haya, una distancia, una superioridad (quizá no querida) del que da sobre el que recibe.

La Eucaristía que celebra la comunidad de creyentes en Jesucristo nos ayuda a avanzar en la comunión, es decir, a acortar distancias hasta que desaparezcan. En la Eucaristía encontramos a alguien, Jesús, que no da sino que se da. Se nos da. "El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él" (Jn 6,56). Toda distancia desaparece. Es la comunión.

Participar de la Eucaristía nos lleva no a dar, sino a darnos. Dicho de otra manera, no daremos sin implicación, no daremos sin implicarnos. Celebrar la Eucaristía nos empuja a hacer este camino hacia las personas, eliminando distancias, sobre todo, con las personas más pobres.

Josep Maria Romaguera Bach

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