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Estas eran las palabras que uno de los muchachos de la cárcel, Ismael, decía hoy cuando hemos comentado el texto del evangelio del día, Mc 1,40-45, donde se le acerca a Jesús el leproso para pedirle que le limpie. Ismael es un muchacho joven, de veintinueve , de raza negra , porque procede de una de las colonias portuguesas de Africa ; su aspecto es de muchacho bueno, simpático, con una sonrisa siempre en los labios, pero una vez más machacado por la cárcel, además de la de Navalcarnero, por la suya personal que se llama DROGA. Desde joven comenzó a drogarse y eso le llevó a delinquir, pero cuando le ves y te habla, o te abraza con “sus manazas grandes” te desprende ternura como la de un niño. No tiene a nadie aquí, su padre también preso en la cárcel de Ocaña y el resto de su familia en Portugal, pero va viendo poco a poco que se puede salir de su cárcel, y que puede iniciar un camino diferente.

Cuando hablé con él al principio de llegar a la cárcel solo me dijo que necesitaba cambiar de vida, que necesitaba que alguien estuviera con él y le hiciera caso. Cuando me ve por los pasillos de la cárcel, la llamada M-30, voy a verle al módulo o viene a la Eucaristía y me abraza, tiene que agacharse porque me saca dos cabezas, pero siempre mantiene su sonrisa en la boca y anima a otros a que también puedan cambiar y ser diferentes. En la fiesta de Reyes de este año pasado hizo de rey Baltasar, estaba muy contento porque se lo dije personalmente que lo hiciera, y su alegría era por “haberme fijado en él”, me decía: plasmó toda su ternura y entusiasmo juvenil en hacer que los niños pasaran un rato agradable mientras les entregaba los regalos.

Leimos el texto del leproso y enseguida dijeron también los muchachos que así se sentían ellos a veces, despreciados y marginados por los otros, que sentían que la gente a veces les consideraba como leprosos, incluso dentro de la misma cárcel, los funcionarios o ciertos trabajadores. Comentamos el texto, y hablamos de que a Jesús se le acerca aquel hombre leproso porque ve algo en él que le hace no tener reparos en acercarse; Jesús es alguien diferente y le inspira confianza al enfermo; pero además caímos en la cuenta de que el leproso le dice que si quiere le cure, no le exige nada, solo le propone. Si Jesús no le hubiera curado no sabemos que habría hecho aquel leproso, pero en ningún momento le exige nada. Pensamos las veces que nosotros si que exigimos.

Les hice caer en la cuenta de las veces que ellos también exigen especialmente a sus familias incluso sabiendo que no pueden. Y sin embargo, es verdad que muchas veces los propios presos, a pesar de que sí que son casi exigentes por naturaleza, en muchas ocasiones, otras veces se acercan y te piden sin más. Y desprenden ternura en esa petición; a veces comentamos los voluntarios lo humillante que tiene que ser el tener que pedir algo, sobre todo cuando nos piden unos calzoncillos o unos calcetines.

Recuerdo una vez que sucedió asi en la cárcel de Valdemoro; Felix, un chaval joven me dijo que quería hablar conmigo personalmente, y luego era solo para eso para pedirme unos calzoncillos pero me confesó que le daba mucha vergüenza. Y es que, ¿hay algo más humillante que tener que pedir a alguien ropa interior? La cárcel también supone hacer un ejercicio de humildad, pero yo siempre les hago ver que por eso no son menos, que su dignidad es la misma y que a los seres humanos nos engrandece necesitarnos unos a otros, aunque sea necesitar unos calzoncillos…

Reflexionamos y comentamos luego la postura y actitud de Jesús; “sintiendo lástima, extendió la mano y lo toco”. ¿Qué hizo Jesús? ¿Qué quiere decir tener lástima? ¿llorar? Enseguida ante esas preguntas todos dijeron que no, que no es solo llorar, que es necesario llorar pero que eso solo no vale para nada. Y entonces es cuando Ismael, levantó la mano y dijo: “Jesús actuó así con el leproso porque hizo suyo su dolor” y al escucharlo por dentro algo se me removió y se me cayeron las lágrimas, y así se lo dije. Ismael, el chaval toxicómano, de grandes manos y sonrisa casi permanente, había captado perfectamente la actitud y postura de Jesús de Nazaret. Pero siguió diciendo: “es como cuando venís vosotros por aquí cada sábado o vienes tu a verme al módulo, no sois como los demás, lo que nos pasa os duele también a vosotros, y vosotros sentís nuestro dolor como vuestro, por eso nos convencéis y nos encontramos tan agusto juntos”. Se puede decir sin duda más alto, pero de manera más bella no.

Los pobres, los leprosos, los dejados, los marginados… nos habían vuelto a dar una lección de amor, como la que dio aquella mujer pecadora en casa de Simón el fariseo, el bueno, el que nunca había hecho nada malo. Al escuchar a Ismael me sentí de nuevo, como en tantas otras ocasiones, responsable de lo que hacia cada día en aquel lugar de sufrimiento, y me sentí agraciado de poder hacerlo. Ismael había definido de manera muy especial lo que Jesús afirma en la parábola del buen samaritano, y lo que sin duda es resumen de toda nuestra vida cristiana: “hacer nuestro el dolor de los demás”, y esa lástima, esa compasión es la que redime auténticamente, porque es una compasión y una lástima que forzosamente nos mueve a actuar, al compromiso y al cambio. En palabras del obispo Romero: “el hombre es tanto más hijo de Dios cuando más hermano se hace de los hombres y es menos hijo de Dios cuanto menos se siente del prójimo” (homilía de 18 de septiembre de 1977), o en la homilía del 31 de diciembre de 1978 “antes de ser cristianos tenemos que ser muy humanos”. Ese es el amor al prójimo , que resulta redentor y liberador, porque brota no de la falsa compasión o la pena mal entendida, sino de la entrega hacia aquel que más necesita, que más lepra tiene y más necesita que se le limpie.

Me vienen también al corazón las palabras de una oración que leí hace nos días, comentando el pasaje del Evangelio de San Lucas donde Jesús invita a ser misericordiosos y a no juzgar (Lc 6, 36-38). La oración decía ”soy misericordioso si pongo la miseria del otro en mi corazón”, es decir en el fondo lo que decía Ismael: puedo llegar a entender al otro si hago suyo su dolor y desde ahí hago mías sus necesidades, sus miserias, sus lepras… porque al hacerlas mías soy capaz de comprenderlas, y sobre todo soy capaz de comprender que coinciden con muchas de mis miserias, de mis necesidades, de mis lepras… porque descubro que el otro yo somos uno mismo, iguales en casi todo y que lo que nos une es formar parte de ese ser persona con debilidades y gracias, pero con la misma dignidad de ser hijos e hijas de Dios.

Y seguimos reflexionando sobre nuestras propias lepras personales, y sobre lo que necesitábamos que Jesús nos limpiara; fue una reflexión poniendo nuestra vida por delante y reconociendo que nosotros también necesitábamos esa limpieza.

Ojala que yo también haga el dolor de los demás siempre mío, ojalá que nunca olvide que Dios cuenta cada día conmigo para hacer un mundo mejor, una cárcel más humana, una cárcel más entrañable y mas al estilo del evangelio. La cárcel es lugar de redención justamente porque es lugar de mucho sufrimiento y de mucho amor; en aquellos crucificados por la vida se descubre cada día el don de la humanidad más profunda. Ismael como tantos otros, hacia carne las palabras de Jesús, ese Jesús que reconoce en los pobres y los sencillos los que realmente comprenden el mensaje del evangelio.

Una vez más agradecer a Dios el haberme puesto en este lugar privilegiado de evangelio y de redención; una vez más sentir que Dios me ha puesto en el mejor lugar, “al pie de los crucificados”, de los leprosos, pero no para llorar en su dolor sino para dignificarlos cada día y hacer que puedan recuperar su dignidad. Que hacer mío el dolor de cada hermano preso haga que yo también cada día me dignifique, me haga más humano y así por eso también más seguidor del Dios del Evangelio, y por tanto, más cristiano.

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